Eduardo del Pozo/EPDAEl absolutismo, la Revolución francesa, las dictaduras de un color u otro y la historia política nos recuerdan frases lapidarias como "el poder corrompe" o a Thomas Hobbes cuando, en busca de la seguridad jurídica y en su obra capital Leviatán, decía "el hombre es un lobo, para el propio hombre". Empíricos en el razonamiento decimos que la democracia representativa no puede ser imperfecta y la división de poderes que la fundamenta no puede ser ficticia o encubierta.
El poder ejecutivo y legislativo son el resultado que nos damos en las urnas, donde los partidos políticos tienen un especial protagonismo y reciben nuestra representación en las instituciones públicas, porque la soberanía reside en el pueblo como una entelequia indivisible. La justicia como tercer poder, en un Estado de derecho, no puede ni debe tener interdependencia ni del legislativo ni del ejecutivo, es un poder independiente y contrapeso necesario para mantener el equilibrio y la seguridad jurídica.
Los partidos políticos con su poder fáctico y sus largos tentáculos llegan hasta el lugar más recóndito, consiguiendo maniatar a Montesquieu y dejar la división de poderes en una quimera, ya que a los miembros del Consejo General del Poder Judicial los designan el PP y el PSOE, intercambiando cargos como si fueran cromos. Ambos partidos deben aprender a gobernar sin dividir a la sociedad en rojos y azules, debe haber consenso entre la izquierda y derecha para hacer una importante reforma sobre la división de poderes en España y dejar de maniatar a Montesquieu.
En el siglo XXI no valen medias tintas, el gobierno de los jueces deben elegirlo los propios jueces y, así, desde Ciudadanos exigimos una división de poderes sin impurezas ni intromisiones. El liberalismo, más pronto que tarde, conseguirá que la división de poderes sea una realidad, aunque sabemos que el bipartidismo se encargará de venderlo como un logro personal, pero la pena es que ellos han perdido 40 años y han construido un castillo de arena.
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