Susana Gisbert. /EPDATengo una amiga con la que intercambio palabras bonitas. No se trata de que nos tiremos flores respectivamente, sino que nos gustan las palabras sin más, y me envía con frecuencia sus descubrimientos palabrísticos. A ambas nos encanta jugar con la lengua castellana y compartir nuestros hallazgos. Palabras tan bonitas como “galopín”, “arbórbola” o “trucidar”, entre otras muchas, son parte de nuestros tesoros. Tal vez por eso cada vez que escucho un término que llama mi atención lo anoto en mi agenda para no olvidarlo
.
Eso me pasó el otro día con una palabra que me encantó, “catacaldos”. Confieso que no la había oído nunca, aunque en el diccionario esté, desde hace tiempo, como “persona que inicia muchas actividades y no se dedica con constancia a ninguna”. Su etimología salta a la vista.
No sé si por suerte o por desgracia, yo pertenezco a la tribu de catacaldos sin duda alguna., aunque me gusta más la primera parte de la definición que la segunda. Me gusta probarlo todo, intentar cualquier cosa que me propongan. Lo que popularmente se conoce como “apuntarse a un bombardeo”. De hecho, me defino a mí misma en mis redes sociales como “siatodista” porque, si tengo un defecto gordo, es mi incapacidad para decir que no a las cosas. Y luego lo pago.
Pero eso sí, prometo que cuando me incorporo a cualquier nuevo proyecto, lo hago con alma, corazón y vida. Que luego las cosas salgan bien o menos bien, es otro cantar, pero yo diría que sí que soy constante, o al menos lo intento.
El problema de la vida actual es que tenemos tantos estímulos, tantas posibilidades a la vista que es difícil decidirse por alguna y, sobre todo, es casi imposible decir que no a según qué cosas a la vista de cómo nos las venden. Y luego una no acaba de entender por qué se apuntó a danzas tailandesas, a meditación, al cursillo sobre la cría del calamar salvaje o a corte y confección porque la vida no le da para todo. Y lo que en principio tenía que ser una válvula de escape para escapar del estrés del trabajo diario, acaba convirtiéndose en un motivo de estrés más a poco que una se descuide. Porque más de una vez, se nos va de las manos, y es complicado dar marcha atrás.
No está mal ser catacaldos siempre que eso no repercuta en la vida de los demás. Cuando lo de catar caldos lo hacen personas con responsabilidades públicas, es harina de otro costal. Los experimentos, con gaseosa.
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