Susana Gisbert. /EPDA Esta semana comparto una historia curiosa. La conocía hace unos días, y todavía estoy sorprendida. Me encontré a una amiga de la infancia, en nuestro común sitio de veraneo de siempre y, al preguntarle si no se instalaban ya, me respondía que no habían podido por culpa de un cernícalo. Tal cual.
Me pregunté a quién se referiría de ese modo tan poco amable y, como había obras en el edificio, pensé que dedicaría tal piropo al arquitecto, los obreros o quizás a la comunidad de propietarios. Cuál no sería mi sorpresa cuando me respondió que no, que la culpa la tenía un cernícalo “de verdad”. Y yo, boquiabierta
En el apartamento de mi amiga, mientras se efectuaban obras de rehabilitación del edificio, anidó un cernícalo. Es decir, un ave. Según Wikipedia, una especie de ave falconiforme de la familia Falconidae. Pero como la palabreja tiene otro significado en nuestra lengua -según la RAE “hombre ignorante y rudo”- ni se me pasó por la cabeza que el cernícalo culpable de sus cuitas fuera un pájaro, y no en sentido metafórico, En tiempos en que se empeñan en meternos en el cuerpo el miedo a unos okupas que no son tan frecuentes ni tan temibles como nos quien hacer ver, mi amiga tenía okupas con pico y alas. Para que luego digan que la realidad no supera a la ficción.
Según he sabido, esta especie es objeto de especial protección, y por eso la aparición del nido hizo que la obra se paralizara de inmediato, para la estupefacción y el desasosiego de mi amiga y su familia. Y ojo, que no se puede trasladar el nido ni a sus ocupantes. La normativa establece que hay que esperar a que los polluelos sean capaces de volar para desahuciarlos y llevarlos a un lugar adecuado. Menos mal que el resto de especies es bastante más espabilada que la humana, porque si tardaran en volar lo que tardan los bebés en andar, hubieran tenido para un añito.
No pretendo con esta historia criticar a nadie. Tenemos obligación de proteger el medio ambiente y a los animales. Y hay que reconocer que mal se lo hemos puesto a los pobres para que se vean obligado a instalar su nido entre cascotes y andamios en vez de hacerlo en un árbol de un frondoso bosque, como debía de ser. Y eso es lo que tendríamos que hacernos ver.
Por suerte, la historia ha tenido final feliz. Los pájaros volaron y mi amiga y su familia pueden instalarse. Pero la oportunidad de reflexión ahí queda
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