Cinco años han
pasado desde que la Unión Europea puso en marcha el ambicioso programa
NextGeneration EU. Aquel julio de 2020, todavía con mascarillas y
restricciones, Europa anunciaba una recuperación histórica. Un fondo de más de
750.000 millones de euros destinado no solo a levantar la economía tras la
pandemia, sino a transformar el modelo productivo: más digital, más verde, más
justo.
La promesa era
enorme. Y en parte, se ha cumplido: se han financiado miles de proyectos, desde
rehabilitación energética hasta digitalización de pymes. Sin embargo, para
quienes trabajamos o vivimos de cerca la realidad municipal, la sensación es
agridulce. Porque si algo ha quedado claro en estos cinco años es que el papel
de los municipios en la gestión de los fondos ha sido secundario, cuando no
testimonial.
Mucho dinero, poca autonomía
En teoría, los
ayuntamientos estaban llamados a ser actores clave. Pero en la práctica, muchos
se han encontrado con barreras burocráticas, convocatorias complejas y un
reparto desigual de recursos. En la Comunidad Valenciana, algunos consistorios
han sabido aprovechar los fondos con talento y visión; otros, simplemente, no
han tenido medios ni apoyo suficiente.
La centralización
ha sido uno de los principales problemas. Muchos proyectos han llegado
“cerrados” desde Madrid, con escasa capacidad de adaptación a las realidades
locales. Y eso, en territorios como el nuestro, con una gran diversidad
económica, urbana y social, ha supuesto un lastre.
La fuerza de lo local: nace el
euromunicipalismo
Pero de las
dificultades también nace la reivindicación. En estos años ha crecido una idea
con fuerza: la del euromunicipalismo. Es decir, el convencimiento de que la
transformación europea empieza en lo local. Porque nadie conoce mejor los
problemas —y las soluciones— de un barrio, una ciudad o un pueblo que su propio
ayuntamiento.
Algunos municipios
valencianos han demostrado que se pueden hacer bien las cosas: han impulsado la
movilidad sostenible, han apostado por la eficiencia energética en edificios
públicos, han digitalizado servicios o reactivado el comercio local con
creatividad. Pero lo han hecho, muchas veces, a contracorriente.
Lo que Europa (y España) debe entender
El futuro de
Europa no solo se decide en Bruselas o Madrid. También se juega en Quart de
Poblet, en Gandía, en Alzira o en Xàtiva. Y si queremos que los próximos fondos
europeos —porque los habrá— realmente sirvan para transformar nuestro
territorio, es imprescindible dar más protagonismo real a los ayuntamientos.
Eso significa no
solo más dinero, sino más autonomía, menos papeleo, y sobre todo, confianza
política e institucional. La recuperación y la modernización no se gestionan
desde un Excel: se construyen desde la cercanía, desde lo cotidiano, desde la
realidad de los vecinos.
Han pasado cinco
años. Aún estamos a tiempo de aprender. Europa no será más fuerte por tener más
fondos, sino por tener mejores mecanismos para que lleguen donde más falta
hacen. Y eso, en gran parte, pasa por apostar en serio por el euromunicipalismo
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