Javier Mateo Hidalgo. /EPDA.La noticia saltó a los titulares mediáticos esta semana: Lola Herrera dejaba de representar “Cinco horas con Mario” después de cuatro décadas. Una obra que se le había pegado “como un muerto” en su espalda enlutada, aunque también le había traído muchas alegrías en su carrera.
Sin duda, este personaje ideado por Miguel Delibes es todo un regalo para una actriz, y también un auténtico reto, una “tour de force” en toda regla. Su encarnación implicaba enfrentarse “a capella” ante el público. La soledad del corredor de fondo de la actriz pasa por aquí y muestra cuán grande puede ser una persona en el escenario. Herrera lo ha “de-mostrado” con creces, ha sido la viuda de aquel personaje ficticio demasiado tiempo.
Más allá de los teatros, su vida se ha encontrado jalonada por una serie de experiencias que también han plantado espinas en el camino. Tuvimos oportunidad de conocer aquella tormentosa relación con el actor Daniel Dicenta (otro de nuestros extraordinarios actores, pero dominado por una personalidad bien difícil) en una extraordinaria película de la no menos extraordinaria Josefina Molina: Función de noche (1981). A caballo entre el documental y la ficción, también Mario está ahí presente cuando la actriz vuelve a aparecer entre (y fuera de) bambalinas. Todo un alegato a la fuerza y entereza de Herrera. Como reza el título del film de Manuel Gutiérrez Aragón La mitad del cielo (1986) y parafraseando a Confucio, no hay que olvidar que las mujeres “sostienen la mitad del cielo, porque con la otra mano sostienen la mitad del mundo”. Mujeres en China que, como en el caso de Herrera, sufrieron el infausto mal trato, pero supieron marchar hacia delante, enfrentándose a todos los elementos adversos que las rodeaban.
El personaje de Lola, Carmen Sotillo, nos da a conocer la vida de su difunto esposo, Mario Díez, mientras lo vela. Sin quererlo, nos lo ensalza. Ella, mujer mucho más sencilla que él en su forma de ver el mundo (la educación, la influencia cultural y el medio pesan demasiado en esa sencillez, muchas veces a pesar de quien se nutre de estas circunstancias), no terminaba de comprender a su marido, criticaba su actitud “bohemia” alejada de lo que la sociedad del momento (la posguerra, recordemos) exigía en las personas. Les llamaban por sus ideas inconformistas respectó del régimen “los de la cáscara amarga”. Ese decoro del que Mario carecía, maestro libre y bueno, le convertía a ojos del público en un personaje cargado de positividad y empatía. No obstante, ese vivir en las nubes y desatender a la pareja también puede ir en contra de él y a favor de Carmen, personaje abnegado y paciente. Ella a su forma también será una heroína en esta historia, aunque en ocasiones pudiese resultar cargante o poco amigable para el público que la escucha.
Es difícil lograr un personaje así, con su forma de ser, de hablar (las repeticiones, tan propias de la personalidad de cualquiera en la realidad y tan poco estéticas en el arte). Quien lo consigue se considera un gran creador e intérprete, y Delibes y Herrera lo son (y además, sencillos y humildes). Lo que en un principio fue una novela se acabó convirtiendo en pieza dramática. Y ahí estaba Lola Herrera, para darle cuerpo durante ochenta minutos (prácticamente hora y media de función). Ella misma reconoció que el personaje llegó a afectarle excesivamente (por ello lo del “muerto pegado”). Difícil desentenderse de un personaje tan intenso. En mi caso, tuve oportunidad de verla “en vivo y en directo” (perdónese la traducción literal e incorrecta de la expresión en inglés) durante la representación de la obra en el teatro Reina Victoria de Madrid, hace ya algunos años. Una época en la que tuve la suerte de disfrutar de otras intensas interpretaciones, como la de Concha Velasco en Hécuba. Leyendas vivas de la escena, qué duda cabe. Y la de Herrera la tengo bien presente. Solo necesito cerrar los ojos para recordar su imagen en la oscuridad y en la luz. Prodigiosa.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia