Juan Vicente Yago Martí. / EPDA... pidemartillo. Pero sólo aquí, en la españoncia, la única nación cuyos habitantes, contra toda lógica, imponen la mediocridad; la única en que se castiga el genio, la originalidad y la iniciativa; la única en que la excelencia, la capacidad y la imaginación se ven como un peligro, como un clavo mal clavado que puede causar una herida, un enganchón, un desgarro, una desgracia. En cualquier otro sitio el individuo de mérito, el que destaca por sus cualidades y su esfuerzo, es un activo muy apreciado, alguien de quien la comunidad se siente orgullosa por la parte que le toca y al que trata de apoyar en lo posible.
Aquí, en cambio, no: aquí semejante individuo es un desaprensivo que ha incurrido en la imperdonable falta de consideración, en la insensibilidad y en el insulto de poner al resto en evidencia; de iluminar sin previo aviso, a traición, la inercia y la galbana existencial de sus congéneres. Un peligro, como se ha dicho; una bomba de relojería; un riesgo que sólo puede conjurarse con el martillazo seco y certero que devolverá la rasura, la lisura, la perfecta planicie a la tabla social. No destaques que te pierdes, que te vuelves clavo sobresaliente, amenaza fehaciente, peligro inminente, y lloverán sobre ti los martillazos indignados, circunspectos, responsables y hasta caritativos que te restituirán al redil para evitar que pongas en ridículo a la tribu.
Porque actuando por tu cuenta, proponiendo novedades y abandonando el camino trillado resultas «tóxico», desnivelador y conturbador por improvisador e independiente; circulas por encima de la medianía, y la medianía, en el árido y exhausto pensamiento españorroncio, es la medida incuestionable que lo rige todo. No se te ocurra escribir un buen artículo; no pongas literatura en el periódico; no vayas más allá del simple comentario político, de la prosa ramplona y volandera, porque si lo haces dejarás en evidencia el pedestrismo literario de quienes dan filatería por artículo y vuelapluma por estilo.
Esto no es norteamérica, donde la calidad se valora y se paga, sino tierra de acomplejados y mezquinos, donde la calidad aterroriza, donde siendo escritor en periódico delatarás al escritor de periódico, al practicante que pasaría por médico si tú no estuvieras. No le hará gracia, como puedes comprender, y te dará martillo para que tu cabeza no asome del tablero más que la suya. Tú te lo has buscado, escribiendo tan bien. Pides martillo y del bueno. Martillo pilón. Martillo iracundo. Martillo a machamartillo. El martillazo rabioso que te dará el escritorete con la inmensa furia de su frustración. Te pasará como al profesor que confecciona la gaceta del colegio y comprueba, en cuanto sale publicada, que sus «compañeros» la cubren de silencio para que no le suponga un mérito.
El martillazo españófulo es un acto reflejo; un emplasto que se prescribe al que sobresale o puede sobresalir. Y luego viene la desfachatez, el cinismo supremo del disimulo, del esconder la mano el que ha dado el mazazo. Martillo de silencio al clavo que resalta. Trallazo de vacío al clavo maldito. Matarile al talentoso que nos deja las incapacidades al aire. En el paraíso del medro paralelo, alias compadreo, se impone mantener el entorno como la palma de la mano. Mondo y lirondo. Sin relieve ninguno. Sin salientes que repitan el eco de la obtusez imperante. Un fenómeno que recuerda la escena final delAmadeusde Milos Forman, cuando Antonio Salieri, mientras echa bendiciones a sus camaradas de manicomio, se proclama patrón de los adocenados.
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