Susana Gisbert. EPDA.Desde hace tiempo, antes
de que esa barbaridad llamada coronavirus diera la vuelta a nuestras
vidas, advertíamos de las paradojas de la digitalización.
En Justicia,
por ejemplo, gran parte del esfuerzo de digitalizar suponía una
duplicidad del trabajo sin que significara doblar la eficiencia. Se
registraban las entradas en los programas informáticos pero el papel
de toda la vida seguía igual.
He recordado esto en los
últimos tiempos en que la pandemia nos ha arrojado en brazos del
mundo virtual, con varias experiencias que, si no religiosas, sí que
son francamente curiosas.
La primera es la que mi
hija –compañera de aventura- y yo dimos en llamar la "cola para
hacer cola" tras el comentario de una usuaria tan alucinada como
nosotras, y a la que aprovecho para saludar, que no se diga.
Fuimos al centro de
salud por cuestión de papeleo. Allí, en un patio al sol, con
treinta y pico grados, teníamos que hacer una cola estupenda donde
coincidíamos usuarios con distintas pretensiones, desde citas
médicas a temas burocráticos. Ni triaje ni nada parecido. Era la
antesala al centro, donde conseguiríamos acceder a, oh tesoro, una
maquinita expendedora de números. Provistas de nuestro flamante
número, llegamos a un mostrador donde nos podían dar cita previa o
remitirnos a Internet. Prometo que absolutamente todas las personas
que intervinieron en este periplo nos trataron con ejemplar
educación, y cada cual cumplía su cometido perfectamente. Pero es
obvio que en la organización falla algo. Tres colas, una de ellas
bajo un sol de justicia, para conseguir una cita previa, desdibuja el
objetivo de la cita previa, que no es otro que ahorrar colas. Por no
hablar de lo de remitirnos a la web.
La otra
experiencia le anda a la zaga. Necesitaba el número de afiliación a
la Seguridad Social de mi hija para tramitar una documentación, y
fuimos a la página web correspondiente. A falta de firma
electrónica, nos ofrecían la opción de SMS, pero, oh sorpresa, no
tenían el número actualizado, y solo podía actualizarse a través
de la web a la que no podíamos acceder por no tener el número
actualizado. La pescadilla que se muerde la cola. Más aun cuando,
personadas en la oficina, hicimos cola para que nos dieran un papel
con instrucciones de cómo hacerlo por Internet. Y vuelta la burra al
trigo, para un trámite que mi otra hija hizo en persona en cinco
minutos antes de la pandemia.
Y eso ellas, nativas
digitales. Si es mi madre nonagenaria, ni lo pienso.
Y es que,
como decía Don Hilarión, hoy las ciencias adelantan que es una
barbaridad. O no
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