Paula García
Paula García
Esta semana tuve el placer de poder
visualizar la película The Farewell, un filme de la joven directora
estadounidense Lulu Wang. Sencilla obra maestra que relata en de forma
impecable la “conspiración del silencio” ante la enfermedad grave y mortal de
la matriarca de una familia china.
Ante la impactante noticia de una muerte
inminente de la matriarca del clan familiar que reside en China, los familiares
deciden acudir en consenso acudir a China para estar con la anciana enferma
disfrazando esta visita en otro evento que nada tiene que ver con la realidad.
Para eso existen las excusas. Y esta película es un claro ejemplo del silencio
ante la muerte.
Para muchas culturas, incluida la nuestra
occidental, la acción de no decir la verdad a un familiar que va a morirse,
dejando a la moribunda sin saber la auténtica realidad, forma parte de su comportamiento. La familia elabora un
“complot” para evitar lo que mucho califican de mejor que el paciente no sepa
la verdad sobre su patología arrancándola de la posibilidad de poder tomar la
decisión de qué hacer ante una muerte asegurada. Y todo lo que ello conlleva.
El silencio es terriblemente sonoro en esta película coral que de forma
totalmente doméstica trata el tema.
Es común que muchos familiares de personas
que van a morir, familiares en este caso, callen la verdad ante el enfermo para
lo que consideran “es mejor así, que no sepa que se va a morir”. Actitud que
condena al paciente a la mentira y por ende no poder despedirse de sus
familiares de forma digna, justa y valiente.
Muchas familias deciden esto para
tratar de evitar más que el sufrimiento de la persona que se muere el egoísmo
propio ante el miedo de una realidad. Y lo llamo egoísmo porque me parece que
no es justo que una persona moribunda no sepa que se va a morir, que no tenga
el “derecho” a saber que sus horas están contadas.
Lo que lleva a no poder despedirse de sus seres
queridos y aprovechar al máximo el tiempo que le queda antes de fallecer. Esta
práctica esta totalmente vigente y, desde mi punto de vista, es un craso error.
El derecho de toda persona enferma que tiene la respiraciones contadas es saber
la verdad ante una situación tan dramática como es la muerte.
Es una opinión
personal, por supuesto y creo que es injusta. Esconder el miedo de que los
propios familiares sufren en silencio les conduce a esta decisión, más por el
paciente que por ellos mismo: el miedo es poderoso y la tristeza ante la muerte
también. No todo el mundo está preparado para saber y comunicar esta noticia
que desde mi punto de vista es injusto.
Los familiares (e incluyo a los facultativos
de la medicina) deberían informar a la familia de la realidad para que ellos
mismo consideren qué hacer ante la gravedad de los hechos. Es una elección
libre, no cabe duda. Egoísta y poco racional por mi parte: “mejor que no lo
sepa, así tenga una muerte sin dolor emocional que implica ser consciente de la
realidad”. Craso error. Considero que toda persona tiene el derecho, y repito,
el derecho a saber su condición médica, por muy grave que ésta sea. Esto da
opciones al paciente que a su buen criterio decidirá como afrontar la realidad.
Lulu Wang relata de forma plena esta mentira
“blanca”. No contar la verdad para disfrazarla de mentira y da en la diana.
La cultura china, y me baso en hechos reales
que he podido experimentar por convivir muy de cerca con una familia asiática
por motivos personales, me ha ofrecido la visión de esta forma de actuar, entre
otras muchas cosas de la cultura china que siento como propia. Mientras vivía
en Los Estados Unidos mi familia asiática, (los denomino así porque aunque soy
mediterránea, ellos forman parte de mi familia estadounidense “de adopción”) experimenté de cerca tradiciones de la chica que Lulu Wang relata, no únicamente la
conspiración del silencio.
En este caso la familia americana fue
valiente ante la decisión. De origen chino pero nacionalizados norteamericanos
y con descendencia americana, tomaron la decisión, desde mi punto de vista:
decir la verdad, contar la verdad, por muy dura que ésta
sea. No hubo egoísmo por su parte, sino compasión, afecto infinito y amor por la
persona que falleció.
El The Farewell (que podía traducirse como el
“adiós” en este caso”) pivota entre la pura cultura occidental y la asiática.
La joven de la familia que vive en Nueva York con su familia descubre la
terrible realidad y ante esta realidad discrepa ante su familia. Pero más allá
de eso, la sutileza de Wang nos transporta ante la frustración de esta joven de
no poder contar la verdad, ante la impotencia de no poder despedirse en
condiciones de su ser más querido: su abuela. Decisión familiar que le impide
hablar, actuar y consecuentemente vivir el dolor y duelo de una despedida ante
la muerte.
La joven neoyorquina vive las dos realidades,
la occidental que, dado que llegó a Los Estados Unidos siendo niña y la
realidad de ser parte de una clan oriental donde las reglas funcionan de otra
manera. Ella quiere poder despedirse de su abuela, pero por orden impuesta no
puede hacerlo más que de manera sutil, saltándose algunas de las normas de su
familia. La tristeza es patente, pero también la comedia está presente.
Lulu Wang, la directora americana, de intensa
vida cinematográfica a sus espaldas hila fino. No da puntada sin hilo y eso es
lo que hace de este filme una película muy especial. Tal vez los occidentales
no podamos llegar a comprender la magnitud que en ella se relata. Pero si
entendemos la conspiración silenciosa ante la muerte o una patología grave de
un familiar: un cáncer mortal.
No dejen de
pasar la oportunidad de verla: las mentiras reales están a la orden del
día. Tal vez eso permite replantear al espectador o a las personas que viven
esta realidad que siempre es mejor una verdad a tiempo que una mentira para cuando ya es demasiado tarde.
Este escrito está dedicado a especialmente a
uno de mis familiares de origen chino que sí que supo que se iba a morir, dando
pie a poder fallecer dignamente. No revelaré la identidad por respeto a sus
familiares. Esa mano dulce de mi amiga que me dio poco antes de morir y esa
sonrisa cómplice de que todo estaba perdido excepto el saber la verdad. Esa
mirada y esa sonrisa amable y cálida nunca la olvidaré. Pude despedirme de
ella.
La verdad siempre es más potente que la más
elaborada de las mentiras.
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