Susana Gisbert.
No,
no han leído mal. Tampoco hay una errata en el título. No son
compañeros y compañeras, sino campañeros y campañeras, tal
cual. Es decir, los que intervienen en la campaña electoral, y
que poco o nada tienen, por cierto, de compañerismo, por más que se
les llene la boca cada vez que se dirigen a sus correligionarios con
soflamas a la unión y al bien común. Es lo que hay. Al margen, por
supuesto, del terrible acontecimiento que ha teñido de negro la
campaña dándonos un bofetón a todos en plena cara, y que esperemos
que nadie use en su beneficio.
Lo
bien cierto es que apenas hace unos días leí en los resultados de
una encuesta que los jóvenes mostraban bastante interés en la
política. Semejante afirmación, aparte de dejarme ojiplática
para el resto del día, me hizo recuperar la fe y la esperanza, al
menos por un rato. Porque si la juventud actual, con todo lo que
están viendo, aún manifiesta interés en la política, o es que
están locos, o que tienen más moral que el alcoyano. Y como quiera
que yo también hago uso de la moral del alicantino equipo
balompédico, prefiero quedarme con la segunda opción. Porque
pocas cosas hay peores que el aborregamiento y el desinterés, un
buen caldo de cultivo para que cualquier desaprensivo saque todo lo
que pueda. Y precisamente, desaprensivos nunca faltan.
Y
es que siempre pasa lo mismo. Empieza la campaña electoral y todos
los partidos, como por ensalmo, recuperan milagrosamente el interés
por los ciudadanos, por los desfavorecidos y por el bien común.
Y se empeñan, claro está, en contarnos que todas estas
virtudes son monopolio de ellos, y solo de ellos. Y que de todo
lo malo tiene la culpa el otro, faltaría más. Y olvidan
explicarnos por qué sus filas más parecen el escaparate de una
charcutería que un partido político, por qué tantos de ellos tiene
en los juzgados su segundo hogar y, sobre todo, por qué
siempre son los mismos los que se han de apretar el cinturón,
aunque a estas alturas ya se nos salgan las tripas por la boca.
Pero
toca votar. Y aunque a uno lo que le pida el cuerpo sea mandarlos a
todos a paseo, hay que ir. Porque ese pequeño gesto de meter el
sobre en una urna, es lo que da derecho a protestar y reclamar a
quien no ha cumplido lo prometido, hagan poco o ningún caso. Y lo
peor de todo es que casi todos tenemos claro a quién no votaremos.
Lo difícil es saber a quién votar, por más que no nos lo estén
poniendo fácil. Pero nada fácil.
Pero
ánimo. Que aunque a veces nos entren ganas de borrarnos de este
país, de Europa, del mundo y hasta del género humano, no hay que
perder la esperanza de que cambiarán las cosas. El día en que
alguien, por fin, recuerde que política viene de polis, que hace
referencia a la ciudad y al ciudadano, y al ciudadano es, en
definitiva, a quien los políticos se deben. Ojalá que llegue
pronto. Quizás, más pronto de lo que parece, si son ciertos los
resultados de esa encuesta.
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