Judith Celma, jefa de redacción de El Periódico de Aquí. /EPDA
Hace unos días, mientras hacía scroll por Instagram, me apareció un anuncio que me dejó con la boca abierta. Una plataforma de esas que todos conocemos —AliExpress, Temu, Shein… ya ni recuerdo cuál— me ofrecía comprar telas de fallera.
¿De verdad alguien puede imaginarse comprando la tela de su traje de valenciana en una web asiática? Solo de pensarlo me entra una mezcla entre risa y tristeza. Risa, porque la idea roza lo absurdo; tristeza, porque dice mucho de hacia dónde están yendo nuestros hábitos de consumo.
Aquí, en nuestros pueblos y ciudades, tenemos auténticos artesanos de la indumentaria valenciana, que dedican su vida a mantener viva una tradición que forma parte de nuestra identidad. Yo misma me dejé un riñón el año pasado en un traje nuevo, pero sigo amortizando los dos que me hice hace quince. Si la tela hubiese sido de AliExpress, dudo que pudiese seguir luciéndolos.
Y es que ahí está la diferencia. Lo que compramos aquí no es solo un producto: es un oficio, una historia, una familia que se levanta cada mañana, sube la persiana y pone todo su empeño en ofrecer lo mejor. Comprar aquí es apostar por la calidad, el trato cercano, la confianza y la economía que mantiene vivas nuestras calles.
Frente a eso, el “gigante asiático” ofrece precios irresistibles, sí, pero a costa de algo; a costa de una calidad que brilla por su ausencia, de trabajadores explotados, de toneladas de residuos y de un comercio local que, poco a poco, se ve desplazado por el clic fácil y el envío gratuito.
Defender el pequeño comercio no es solo una cuestión romántica o de nostalgia; es una cuestión de sentido común. Porque cuando compramos en la tienda del barrio, en la mercería de toda la vida o en la tienda de indumentaria que lleva tres generaciones vistiendo a nuestras falleras, el dinero se queda aquí, se reinvierte aquí y nos hace crecer.
Al final, comprar aquí es también una forma de cuidar nuestro entorno y nuestro modelo de vida: reducimos envíos innecesarios, embalajes absurdos y huellas de carbono que se disparan con cada paquete que cruza medio mundo. Pero, sobre todo, apoyamos una manera de entender la economía basada en las personas, no en los algoritmos. En las manos que cosen, que preparan, que aconsejan, y no en una pantalla que solo busca clics y beneficios rápidos.
Por eso, en este Día del Comercio Local de la Comunitat Valenciana, me gustaría lanzar una reflexión: ¿de verdad queremos un futuro en el que hasta nuestras tradiciones más arraigadas acaben en el carrito de AliExpress? Yo lo tengo claro. Prefiero seguir comprando aquí, porque no hay algoritmo que pueda sustituir la sonrisa de quien te atiende detrás del mostrador, ni descuento que compense lo que se pierde cuando dejamos de comprar en casa.
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