Michel Montaner. EPDALa tirantez asfixia el optimismo. Si uno está tenso no es capaz de gozar la serenidad natural que le envuelve. Es un fenómeno que solemos comprobar en vacaciones. De pronto constatamos que otra vida es posible. Y cuando casi nos hemos acostumbrado a ella, vuelta al redil. Nos quedan de recuerdo las bellas estampas de agosto, que se van desdibujando hasta perderse en el desagüe de la memoria. Yo soy de los que celebra la vuelta a la actividad y la rutina. Pero la tirantez no la aguanto porque, como he dicho, asfixia el optimismo.
Reconozco que mi afán observador atraviesa uno de sus mejores momentos. Vivimos un tiempo fuera de lo común, para lo bueno y lo malo. El frenesí creativo facilitado por la digitalización avanza en cualquier frente: en la cultura, en la ciencia, en los negocios, en la política. Los días se suceden preñados de acontecimientos, todos ellos magnificados por los medios de comunicación y las redes sociales. Loros parlantes u orcos humanizados desacreditan, en un click simultáneo, el más puro de los discursos. Parece que el mayor logro personal de quien gestiona asuntos públicos consiste ya únicamente en no cavar su propia tumba.
Pues yo me rebelo contra esa siniestra tirantez y reivindico el sosiego. Afrontamos el inicio de un ciclo expansivo. Así lo acreditan los indicadores de actividad económica y creación de empleo. Me enorgullece mucho como alcalde que Xirivella sea el tercer gran municipio de España en el que más ha subido la afiliación a la Seguridad Social en lo que va de legislatura. Igual que las hormigas se preparan para el invierno debiéramos nosotros prepararnos para la nueva etapa de crecimiento. Una preparación física y emocional que nos permita aprovechar cada oportunidad.
Para un político en activo es difícil situarse en una perspectiva despolitizada, pero invito al lector a realizar ese esfuerzo. La tibieza veraniega silencia, siquiera temporalmente, una oposición acostumbrada a vivir a remolque de los acontecimientos, a destruir cuanto se construye. Y en esa quietud debemos reconocernos como país. Hay otras realidades al alcance de la mano. España emerge con fuerza cuando se marca un objetivo común y aparca la crispación. Basta ya de discursos inflamados y oradores falsarios; no hay mejor patria que el bienestar de la ciudadanía. Solo necesitamos trabajar con calma.
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