Antonio Pérez. /EPDAHuérfanos como estamos de victorias colectivas propias, se comprende
mejor la euforia que se desata cada vez que en otras latitudes una
candidatura de izquierdas -así, en general, porque luego hay que ver en
qué queda el programa izquierdista en cada caso- derrota en las
elecciones a propuestas situadas mucho más a la derecha. Obviamente el
ejemplo más reciente lo tenemos con Chile.
A lo largo de los años se han ido sucediendo numerosos procesos de
este tipo, principalmente en América Latina pero también en países
europeos donde la llegada al gobierno de partidos o coaliciones
ligeramente escoradas a la izquierda provocaron arriesgados pronósticos
de cambios sociales serios en Francia, Reino Unido, Portugal, Italia,
Islandia, etc.
Ni que que decir tiene que la posterior comprobación del poco bagaje
transformador de aquellos gobierno del cambio no ha servido para que la
gente extremadamente entusiasta modifique su propensión al repentino
repicar de campanas cada que vez que se produce uno de estos resultados
electorales. Poco a poco se va perdiendo la esperanza en esos líderes
que defraudan tan elevadas expectativas, pero lejos de reflexionar sobre
lo sucedido y sus razones lo que se hace es quedar a la espera de que,
más pronto que tarde, surja otro lejano referente en el que depositar
nuestras ilusiones revolucionarias.
Por supuesto que asegurar que todos los procesos van a acabar
traicionados sería tan absurdo como creer que el próximo va a ser el
bueno, el definitivo. Lo más sensato, sabiendo que nadie está en
posesión de la verdad, sería ir analizando los pasos que se dan en la
buena dirección por esos gobiernos, conocer lo más directamente que se
pueda la participación y el grado de satisfacción de los respectivos
pueblos e ir modificando o afianzando nuestras valoraciones según se
cumplan los progamas.
Tampoco tener una opinión razonablemente crítica respecto a los
gobiernos de un ligero tono socialista o popular puede ser tomado desde
las posiciones incondicionales como una beligerancia o un alineamiento
junto a las fuerzas reaccionarios y los intereses de las burguesías
locales y el capitalismo internacional. Nada de eso. Criticar con
argumentos y análisis rigurosos puede ser más consecuente con las ideas
revolucionarias que callarse porque son de los nuestros y aceptar sus
renuncias ya que no pueden hacer otra cosa.
Volviendo a Chile, cuyo proceso de cambio puede tener aspectos
diferentes al iniciado y no concluido en otros países latinoamericanos,
habría que decir que tiene unos condicionantes que lo hacen
especialmente digno de seguimiento y apoyo. La primera circunstancia
esperanzadora es el grado de implicación del propio pueblo: clase
trabajadora, estudiantes, mujeres, pueblos indígenas, etc. con una larga
trayectoria de luchas contra la dictadura y los gobiernos neoliberales
que la sucedieron.
En Chile existe una tradición de asambleas y organizaciones populares
que ha ideo creando un tejido social capaz de abrir las puertas a un
proceso de debates para redactar, desde la propia sociedad, una nueva
constitución. También hay numerosos exponentes de procesos de índole
autogestionario en los barrios y entre los jóvenes, lo que asegura un
mayor grado de compromiso de lucha y de control y exigencias a la clase
política.
Son estas prácticas asociativas y de autogestión las mejores
garantías de que los posibles incumplimientos del nuevo gobierno serán
contestados en la calle. Y será muy necesaria la presión en la calle
porque Gabriel Boric, si va en serio, no lo va a tener nada fácil; hay
casi un 45% que ha votado al candidato de las derechas (incluida la
extrema) y también existe un empresariado que sigue las indicaciones de
lo más ultracapitalista de la escuela de Chicago (pensiones privadas,
recortes de servicios públicos, privatizaciones, etcétera).
Y desde aquí, si de verdad queremos cambiar las reglas de juego,
además de simpatizar con Chile y otros pueblos que luchan, lo que
tenemos que hacer es salir del conformismo, el desencanto y el miedo e
implicarnos bastante más en las luchas que tenemos aquí, que son muchas y
tan vitales como las que compañeros y compañeras de otros lugares
llevan a cabo.
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