Varios voluntarios tejiendo mascarillas, en una imagen facilitada por la empresa textil. EFE Una singular decisión del Juzgado de lo Mercantil 3 de Valencia ha
permitido quitar las telarañas a una antigua empresa de confección de
Carcaixent que se encontraba desde hace meses en fase de liquidación,
para que retome la actividad de confección de mascarillas y batas de
protección de forma totalmente altruista, con la colaboración de
voluntarios y donaciones económicas.
Muchos años antes de la
llegada del coronavirus otras pandemias, también procedentes de Asia,
asolaron buena parte de textil valenciano condenando a cientos de
empresas tradicionales, muchas de ellas negocios de familia, a un lento
declive y el cierre final.
A las afueras de Carcaixent, entre el
campo de fútbol municipal y el Barranc Ample, tres naves industriales de
ladrillo caravista son una muestra más de esta plaga. En su interior,
maquinaria de tejer ya obsoleta evoca un pasado feliz e inspirador
dedicado a la moda infantil, diseños coloridos y catálogos en constante
renovación.
"El mecánico que ha revisado toda la maquinaria no
nos ha cobrado nada", explica ilusionado y agradecido el administrador
concursal Luis Sabatés (del despacho valenciano Legal Notes).
El
pasado 27 de marzo, él y la antigua propietaria de Confecciones Sulfy,
María José Brines, solicitaron al juez la autorización para reanudar la
confección y poder fabricar mascarillas, y al día siguiente el juez
Eduardo Pastor la concedía.
LAS CONDICIONES DEL JUEZ
En su
auto, que es donde hablan los jueces, este magistrado puso cuatro
condiciones: que quienes acudan a trabajar lo hagan en calidad de
voluntarios por su cuenta y riesgo -declaración responsable mediante-,
que el material que se fabrique sea solo para el propósito sanitario,
que no se generen costes ni se deterioren los activos y que se contrate
un seguro de responsabilidad civil.
"A nosotros se nos ocurrió la
idea, es cierto, pero sin la colaboración del juez, las voluntarias de
Carcaixent y Alzira que vienen a trabajar de forma desinteresada y las
aportaciones económicas de varios colaboradores no podríamos haber
puesto esto en marcha", explica Sabatés en declaraciones a EFE.
La
empresa se encontraba en fase de liquidación y sus administradores
estudiaban ya ofertas para la venta de sus activos, pero "la maquinaria
seguía dentro y decidimos proponerle al juez la idea".
MASCARILLAS PARA LOS ABOGADOS DEL TURNO
Los
primeros beneficiarios de las cerca de 3.000 mascarillas semanales que
han salido de las máquinas de coser de esta empresa han sido los
abogados valencianos del turno de oficio y personal de los juzgados, y
próximamente el personal y residentes de un centro de mayores.
"Esto
es totalmente altruista y la dura realidad es que Confecciones Sulfy
está condenada a la liquidación sí o sí, ya se hizo un análisis previo
para buscar su viabilidad, porque los administradores hemos de tener esa
labor social, pero en este caso no fue posible", añade.
Para la
exgerente de la empresa, María José Brines, la iniciativa resulta más
emotiva si cabe, porque supone la vuelta a un espacio al que ha dedicado
muchos años.
"He estado 3 días sin dormir pensando en cómo
ponerlo todo listo para empezar. Es muy reconfortante ayudar en todo lo
que podemos y cuando el administrador concursal me propuso la idea me
gustó muchísimo. Esto es una batalla de todos y entre todos lo tenemos
que hacer. Cada uno tenemos que aportar todo lo que podamos".
EL COMPONENTE EMOTIVO
"Es
una sensación agridulce volver a la fábrica, es cierto, pero todo lo
que había que llorar por ella ya estaba llorado. Ahora trabajamos con
ilusión porque estamos ayudando a mucha gente. Es un nuevo proyecto".
Para
la antigua propietaria, quizá esto sea sólo un punto y aparte. "Ya
veremos hacia dónde conduce todo esto, igual descubrimos que sabemos
hacer muy bien las mascarillas"-bromea-. "Quizá surja alguna idea, algún
proyecto, no hay que cerrar ninguna puerta", reflexiona esta
empresaria.
Patricia Sabater es una de las voluntarias en el
proyecto: "Soy administrativa en una empresa y ahora mismo por la
paralización no estoy trabajando. He pensado que no puedo ayudar en lo
sanitario porque no soy médico ni enfermera. Sé coser porque lo aprendí
de joven y lo pongo a disposición de la sociedad para salir de este
infierno".
Mientras, en la calle Carlos Gomis, 8, de Carcaixent,
se han vuelto a ver coches aparcados y se escucha de nuevo el sonido de
otra época, atenuado porque es sólo una ilusión, una esperanza. EFE
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