Pie de fotoSon las ocho de la mañana. El sol traspasa con fuerza la, mal cerrada, persiana. Los niños se han despertado pronto. Como de costumbre. Tampoco es un mal día para hacerlo. Lo asumes. Hay que ir a votar y cuanto antes lo hagas, mejor. Hace un día estupendo como para no aprovecharlo. Mañana es fiesta pero curras. No has tenido más remedio que quedarte en València y decidiste ir a votar. Bueno, lo ibas a hacer igual, aunque hubiera sido por correo.
Tienes las papeletas preparadas. Dado que las dudas te han absorbido por completo durante las últimas semanas, quieres apurar hasta el último momento. Anoche aún le dabas vueltas. Debiste decidirlo antes. Máxime cuando sabías que a tus hijos les gusta madrugar el fin de semana.
Ducha. Zumo. Café. Pero antes pan con jamón y aceite. Recuerdas la ilusión con la que marchaste al colegio la primera vez que votaste. Los tuyos palmaron, pero dijeron por la noche que habían ganado y tú sonreíste.
Ahora la ilusión se fue al retrete. Ya no votas por el programa y la capacidad de los líderes. Votas a la contra, porque el ( o la) de ese partido no te cae bien. Ni los otros. Ni la otra.
Tampoco votas pensando en cómo te ha ido a tí y a los tuyos, en los últimos cuatro años. Deberías.
Lo has decidido ya. Da igual. Son las 9.53 AM. Habéis vestido a los niños y ya estáis en la puerta. Al Senado en blanco. Al Congreso nulo. Nadie te convence. Y uno completito para Les Corts. Aquí sí.
La resignación y desafección latente se transforma en nostalgia e ilusión al buscar la mesa donde depositar las papeletas. Tus hijos son pequeños pero flipan. Te vuelven los recuerdos. Qué ganas tenía de votar. De decidir. Más adelante fue por ajustar cuentas por sus mentiras o porque no habían cumplido lo prometido. Y luego, otra vez a cambiar.
Recapacitas. ¿La he cagado? Y si no debería votar contra esa persona o partido y hacerlo tras un análisis ponderado. Caramba, piensas, si llevo tres semanas pensándolo. Hay enormes diferencias pero no tantas como pensabas.
Votas. Una, dos, tres. Tres urnas. No ha sido para tanto. Mola participar. Es de las pocas formas que tienes para exigir que cambien y acaben con la precariedad, la desigualdad, la pobreza. Y para que seamos competitivos, estemos formados y para que la Justicia no brille por su ausencia.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia