Hace justo un año España se paró. Valencia había celebrado 'mascletaes' y los monumentos falleros estaban en la calle para comenzar la 'plantà'. Atendiendo a lo que venían anunciando las autoridades en nuestro país, lo que estaba sucediendo en China e Italia no llegaría a España con la misma virulencia. Vivíamos ajenos a lo que se nos venía encima. Se había celebrado manifestaciones masivas por el 8M y las voces de alarma de que el virus iba a golpearnos duro eran tibias. Pero los acontecimientos se fueron precipitando, hasta que se anunció el estado de alarma. Angustia, miedo, incertidumbre. Comenzaba un confinamiento domiciliario que nos pilló a todas las personas por sorpresa, una auténtica pesadilla cuyas dramáticas consecuencias todavía desconocíamos. Esta es la crónica de cómo lo vivimos algunos de los componentes del Grupo El Periódico de Aquí. ''Noria emocional'', ''miedo'' o ''incertidumbre'' son algunos de los sentimientos que se recuerdan un año después, en lo que fue el inicio de una larguísima pesadilla de la que todavía no hemos despertado del todo. Tras un encierro masivo en nuestros hogares, una desescalada infructuosa, tres olas, más de 92.000 fallecidos según las cifras oficiales, cientos de miles de personas que han perdido su trabajo y ha tenido que cerrar su negocio de toda la vida, con un sinfín de restricciones que se van adaptando día a día... Tras un año comparable al de un periodo bélico, estamos mucho mejor, gracias al avance cada vez más rápido de la vacunación, pero todavía no podemos bajar la guardia. Así lo sentimos un grupo de mujeres y hombres periodistas, comerciales, administrativos de El Periódico de Aquí.
En mi caso, leía y escuchaba las noticias que llegaban de China e Italia con bastante preocupación. El Periódico de Aquí, por su décimo aniversario, estaba gestionando un balcón en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia y estábamos disfrutando con buenos amigos de Valencia y las distintas comarcas de las 'mascletaes' diarias. Fueron 'mascletaes' con menos personas de lo habitual, porque había ya cierto temor en la población. Aunque los gobiernos, incluido Fernando Simón, aseguraban que el virus no iba a llegar a España y que como mucho se pasaría como una especie de gripe, lo cierto es que en la calle se notaba. Pero los preparativos continuaron, la vida seguía, y seguimos disfrutando y trabajando hasta que llegó el primer golpe. Ximo Puig anunciaba que se cancelaban las Fallas de Valencia y la Magdalena de Castelló. Unos días antes ya me lo habían adelantado y así lo publicamos en El Periódico de Aquí, pero prefería no creerlo. Sucedió, pero era sólo la primera de un sinfín de noticias negativas, que fueron acelerándose cual 'mascletà' cuando está llegando a su fin. Lo siguiente fue el estado de alarma y el encierro domiciliario. Fue un shock absoluto. Esto sí era absolutamente preocupante y demostraba una gravedad de la que habíamos sido ajenos hasta ese momento. Durante unos días seguimos trabajando en la oficina, con los permisos adecuados como periodistas. El impacto emocional fue enorme. Salir de casa, con los monumentos falleros a medio montar y las luces, cartelería y chiringuitos de todo tipo en las calles, parecía una película futurista donde el tiempo, de repente, se había parado. Las sensaciones al ir a la sede central de El Periódico de Aquí fueron impactantes, con poquísimos coches en recorridos que hasta entonces incluían tráfico lento. En la oficina los primeros días post confinamiento fue de terapia de grupo. Había que tomar decisiones muy rápidas. Se armó un ERTE, dejamos de editar periódicos en papel porque no se podían repartir por ningún sitio y porque la gente estaba literalmente encerrada en sus casas. Transformamos en solo unos días una rutina de trabajo que combinaba edición en papel y digital, en una gran apuesta por ElPeriodicodeAqui.com, que contó con el calor del público y de muchos anunciantes que siguieron apostando por el periodismo independiente de proximidad. También dejamos de celebrar eventos, lógicamente. Como a la mayoría de empresas, nos tuvimos que adaptar a las extraordinarias circunstancias. Fueron semanas durísimas. Nunca he trabajado más en mi vida. De 8 a 21 horas, de lunes a domingo. Aprendimos a teletrabajar, a hacer conexiones digitales para organizar el trabajo y El Periódico de Aquí hizo un trabajo extraordinario, con ediciones en PDF, multiplicando exponencialmente sus visitas en la web y manteniendo a toda la plantilla, que salió del ERTE a partir de agosto, aunque antes ya regresaron poco a poco las ediciones impresas.
Fueron semanas pegados al ordenador, a la televisión, a las comparecencias de Pedro Sánchez y Fernando Simón. Semanas en las que sólo veía muertos, dolor, tristeza e incertidumbre. Semanas donde comenzamos entrevistas por el Canal de Youtube de El Periódico de Aquí y tertulias con Albert Llueca y Kiko Adán.
Desde el punto de vista personal, me reencontré un poco conmigo mismo y con mi entorno más cercano, encontré momentos para mí que anteriormente no tenía, pude avanzar el máster EMBA y acabar un curso de francés y, especialmente importante, aprendí a cocinar paella y arroz al horno. Esto último podría parecer una broma o una tontería, pero creedme que para mí ha resultado muy satisfactorio.
En definitiva, un periodo inicialmente traumático, en el que he sufrido mucho, pero del que también he salido más fuerte, más optimista, más empático y solidario. De hecho, un par de domingos colaboré de voluntario en Cruz Roja Valencia entregando alimentos en diseminados de la ciudad, con personas que lógicamente al no poder salir tampoco a buscarse la vida, la ONG junto al Ayuntamiento de Valencia, había desplegado un plan para que nadie se quedase sin alimentos.
Así explican cómo vivieron aquellos días tan impactantes algunos de componentes del Grupo El Periódico de Aquí:
María José Ros
''La noria emocional''
A los periodistas se nos presuponen determinadas competencias básicas para el ejercicio de la profesión. En la noche del 14 de marzo de 2020, el presidente Sánchez redujo a escombros mi supuesta capacidad de comprensión. Absorta frente a la pantalla de televisión escuché cada palabra de su comparecencia decretando el estado de alarma, pero no entendí nada. Eso sucedía un sábado y, a primera hora de la mañana del domingo, me calcé mis zapatillas de deporte para hacer mi ruta de montaña con el grupo de siempre. “No podemos quedar a caminar”, advirtió alguien por el grupo de WhatsApp. Gesto de incredulidad, ojos como platos e inicio de una de las etapas más extrañas de mi vida. Mi refugio, ese piso de 90 metros cuadrados en el que tan a gusto había estado hasta ese instante, se acabó convirtiendo en una especie de jaula en la que quedé recluida más tiempo de lo esperado. Tardé poco en subirme a una noria emocional que se movía a gran velocidad. Los sentimientos estaban a flor de piel. Después de unos días encerrada en casa hizo su aparición el miedo. Miedo a salir a la calle, miedo a contagiarme, obsesión por la desinfección hasta tal punto que casi me desinfectaba de mi misma. Pero si algo me asfixiaba era la enorme responsabilidad de que había tres personas -mis padres y mi hija- que dependían de mí, por lo que yo no podía caer. Toda esta situación aderezada con un trabajo periodístico que nos mantenía en continuo contacto con la energía negativa que destilaban las informaciones tratadas a diario hizo que no fuera nada fácil. Con el tiempo, vino la adaptación a un escenario de confinamiento que favoreció también la reflexión y la valoración de lo que realmente importa.
José Luis Lluesma
''Mirar por la ventana''
Mirar por la ventana. Era lo único que podíamos hacer. Eso y estar permanentemente conectados con los medios de comunicación esperando noticias positivas, aún a sabiendas de que no llegarían. Al menos, no tan pronto. No por esperado fue menos impactante el anuncio del estado de alarma. Era como esa gran bola de nieve que ves venir pero crees que no te alcanzará. Pero lo hizo. Y de qué manera. Con el estado de alarma llegó el silencio. El silencio en las calles que se vaciaron de vehículos, de actividad, de personas... Llegó el teletrabajo y el saqueo de los supermercados. La comarca del Camp de Morvedre se paralizó y los pueblos y ciudades llegaron a parecer deshabitados mientras los sectores denominados "esenciales" se esforzaban por hacer que la vida siguiera su curso. Llegaron los aplausos a los sanitarios... y también terminaron. Ha pasado un año y muchos vecinos de Morvedre se han quedado en el camino. 194 según la última actualización de datos. "Saldremos mejores", decían... pero lo cierto es que el egoísmo sigue estando demasiado presente en nuestras vidas. Aún así, confío en que hayamos aprendido algo y que podamos trabajar juntos para que nuestra comarca se recupere pronto. Lo de ser mejores personas... tal vez para otra ocasión.
Andrés García
''Nos cierran''
Viviendo en ninguna parte, con un pie en un piso prestado y una casa a medio hacer. El 14 de marzo de 2020 escuchamos atónitos, en la mesa del comedor del piso de unos amigos, el mensaje -ya no recuerdo si reemitido por enésima vez- del presidente del Gobierno. “Nos cierran”… Hoy parece tan poco sorprendente… Sin saber demasiado bien a qué nos enfrentábamos decidimos madrugar y a las 6 de la mañana, las tres niñas, con las legañas aún pegadas, y nosotros dos, con el coche cargado como los veraneantes de la época de los apartamentos en Torrevieja y los bocadillos de berenjenas rebozadas, salimos a nuestra nueva casa que aún era una parcela con paredes y techo (menos mal porque fue una primavera fría). Con un proyecto así de ilusionante, y todavía con la incredulidad de estar viviendo algo que en realidad no sabes si está sucediendo, pasaron las primeras semanas de confinamiento.
Dani Navarro
''Me entró el terror''
Recuerdo que era jueves cuando llegué al trabajo, en ese momento era técnico de comunicación en la administración pública. Ese día el ambiente estaba ya muy enrarecido, se habían suspendido las fallas hace dos días y yo no m lo acababa de creer. Junto a los ascensores habían colocado jabón hidroalcohólico. Al llegar el mediodía el jefe de personal me notificó que recogiera mis cosas y que me fuera a casa, «al menos hasta que termine el estado de alarma de 15 días». Me entró el terror, como a muchos.Salí de allí con el coche lleno de cosas, tenía los trajes de fallero en la parte de atrás. Me fui directo al supermercado que había al lado del trabajo y allí se había declarado la tercera guerra mundial. Compré productos que ni me gustaban por no irme con la cesta vacía. Las estanterías estaban vacías y las colas de las cajas eran enormes. Por un momento pensé en ir a sacar el dinero del banco, pero una compañera que me acompañaba me tranquilizó un poco. Llegué a casa, descargué todo lo que tenía en el coche y recuerdo que me puse a mirar por la ventana. En ese momento me di cuenta de que el piso no tenía balcón, no lo había necesitado hasta el momento. Lo eché mucho en falta durante las semanas que pasaría completamente solo en ese apartamento. Esa ventana eran mi contacto con el mundo exterior. Donde aplaudía, donde almorzaba, donde veía las colas que se hacían en el Mercadona. Recuerdo que quería salir, pero ahora lo recuerdo todo con un poco de añoranza.
Rafa Martín
''La importancia de la ciencia''
Estado de alarma. La palabra asusta por desconocida, por el distinto alcance que puede tener, según qué o quién la provoca. Había que quedarse en casa, sin salir sino por lo puramente necesario, y a determinadas horas, y en determinadas circunstancias. Hubo tiempo para pensar, para reflexionar, para analizar situaciones, incluso comportamientos personales. Y detrás de todo ello, la idea de que la Ciencia que en principio debía ser la garante de nuestra salud, de nuestro bienestar… ha sido la que ha generado esta debacle, con la crisis sanitaria y sus derivaciones en lo social y en lo económico, con los muertos y los afectados. Y no podemos volver atrás.
Olga Roger
''Cosas que no se valoraban''
Cuando se cumple un año del confinamiento total por la pandemia, somos muchos los que ya vemos la vida desde otra perspectiva, siendo conscientes de la fragilidad del ser humano y de que lo que vivimos no fue una película, ni un castigo, sino un aviso de que esta situación puede repetirse en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de nuestra vida, porque así son los enemigos invisibles como el que nos acecha desde hace ya un año. Si bien es cierto, que tuvimos que cambiar nuestras costumbres de la noche a la mañana, para evitar el contagio en la medida de lo posible, todavía nos queda todo un mundo interior por descubrir que empezó con aquel duro confinamiento, que entre que sí, que no, que quédate en casa, que vamos a aplaudir a los sanitarios al balcón, lo cierto es que cuando nos dimos cuenta, habían pasado ya unos cuantos meses con todo lo que ello conlleva, tanto desde el punto de vista familiar, laboral, económico, social, etc. Pero en este tiempo también hemos descubierto y valorado aspectos de la vida de los que no éramos plenamente conscientes, como el hecho de mirarse hacia dentro y a escucharse uno mismo, el calor de la familia y el valor de lo que es un amigo, sin olvidar la importante labor de los sanitarios, los grandes héroes de esta pandemia, y de todo el personal que desempeña un papel primordial en primera línea frente al coronavirus. En definitiva, todas las cosas que no se valoraban o a las que no prestábamos demasiada atención, ahora hemos aprendido a que no pueden faltar en nuestra vida, porque uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Este enemigo invisible nos está brindando la oportunidad de darle sentido a lo que somos, nos ha frenado en seco para darnos un toque de atención, hacernos reflexionar y analizar lo que estamos haciendo y cómo estamos viviendo, con la opción de poder cambiarlo. Porque el mundo vive muy deprisa y era hora de parar, coger aire y pensar para cambiar y mejorar.
Laura Florentino
''Rutina pandémica''
Suena el despertador y es un nuevo día, igual al anterior, nada nuevo en esta novedosa rutina pandémica. No somos aún conscientes de lo que estamos viviendo, esta generación hace frente a otro año de crisis, la segunda para este grupo. Se vienen momentos de desgaste emocional provocados por la incertidumbre en el trabajo, en los estudios y en la vida social, entre otros. Las oportunidades se desvanecen y alumbra la desmotivación favorecida por el pesimismo sobre el que está inmersa la sociedad y todo ello día a día. Este contexto sanitario y económico cada vez se hace más difícil, ha pasado un año, pero parece que nada ha cambiado, ni siquiera la actitud de la gente incívica que no ayudaba en el panorama y siguen sin colaborar. De esta pandemia salimos más fuertes, reforzados y siendo mejores personas, estos 365 días han sido suficientes para apreciar mejor las pequeñas cosas que nos rodean.
Miriam Sánchez
''Incertidumbre e incredulidad''
Recuerdo que con el decreto del estado de alarma me invadió un sentimiento de incertidumbre y una sensación de incredulidad absoluta. No éramos conscientes de hacia dónde íbamos y qué es lo que íbamos a vivir a partir de ese momento. Más si cabe cuando días antes, en mi caso, había estado disfrutando a nivel profesional del balcón fallero donde había besos, abrazos, no existían las mascarillas… Era incapaz de imaginar que eso iba a cambiar de manera tan radical. También fue un golpe con fallera y valenciana por la suspensión de las fallas. Después vino la tristeza y el miedo y también las dificultades de la adaptación al teletrabajo con dos niñas pequeñas en casa a las que, además, había que tratar de hacerles entender que no íbamos a poder hacer una vida ‘normal’. Algo que me marcó especialmente en esas semanas fue la sensación de pánico al escuchar lo que mi cuñada, que trabaja en un centro hospitalario nos contaba. Gente que entraba por urgencias con tos y fatiga y que moría a las 24 horas, falta de respiradores y unas situaciones terribles que se estaban viviendo en los hospitales que no se habían trasladado a la calle por la violencia de un virus completamente desconocido para todos.
Alba Juan
''Miedo e incredulidad''
Escuchar “estado de alarma” en las noticias me produjo una combinación de miedo e incredulidad. ¿Cómo podía ser, si hacía dos días estaba en clase y preparando unas maletas para irme? Tardé varias semanas en acostumbrarme a la situación, y aún a día de hoy no he acabado de hacerlo. Se sucedieron entonces días de buscar el sol a través de las ventanas, porque no tenía balcón al que salir a comer o respirar. Las ventanas se convirtieron en mi entretenimiento. Mirando a los pájaros, que comenzaron a invadir un parque en el que siempre habían jugado los niños, u oyendo aplaudir a los sanitarios llegada la hora. Quizás prefería que lo real fuese eso, y no lo que aparecía en televisión, porque en mi calle el peligro era muy silencioso. Tanto, que si tuviese que definir el mes de marzo, solo podría describir los tipos de silencios que escuchaba apoyada en el cristal. Temor, incerteza, desasosiego... pero, sobre todo, tristeza por una realidad que ya no era la que conocía.
Cristina Ramón
''Shock''
El día que se declaró el estado de alarma fue un shock ya que jamás pensé, como muchos de nosotros, que algo así pudiera ocurrir. Sentí el cosquilleo de estar viviendo algo histórico y que sin duda va a pasar a los libros de historia. Lo más reconfortante y emocionante aquella etapa fue ver a toda esa gente a las 20 h. aplaudiendo a los sanitarios desde sus balcones.
Gara Sevilla
''Cultivar cuerpo y mente''
Hay que ver el papel tan importante que juega la cabeza ante una situación tan fuerte como la que nos ha tocado vivir. Yo, personalmente, saqué las oportunidades que un confinamiento domiciliario y un encierro podría darme: cultivar mi cuerpo y mi mente. Leí los libros que tenía pendientes, pasé horas viendo películas y series, hice todo el deporte que pude, me cuidé y me mimé a mi misma. Porque para poder salir de una pandemia mundial sin secuelas, consideré que lo primordial era cuidarse a uno mismo desde el minuto 1.
Miguel Ángel Ferrer
"Las lecciones del coronavirus que no hay que olvidar"
Al principio, las noticias de una especie de epidemia de un virus con origen en china me sonaba a algo totalmente lejano, que no nos pertenecía. Durante semanas hacía vida normal, mientras el virus se iba expandiendo por el mundo en forma de pandemia. Todos los países tardaron mucho en reaccionar, y en España no fuimos menos. Jamás hubiese imaginado vivir un escenario tan distópico, donde de pronto no podíamos salir a la calle, donde las empresas y los colegios cerraban y las calles quedaban silenciadas, con el único ajetreo de las ambulancias que iban y venían de los hospitales. Han pasado muchas cosas desde entonces y, lamentablemente, muchos se han quedado en el camino. Pero también ha sido un tiempo en el que hemos aprendido a valorar lo que tenemos, y para que en el futuro lo valoremos más todavía. Que no se nos olvide la importancia que ha tenido en esta lucha la sanidad pública y que debemos seguir luchando frente a quienes buscan acabar con ella. Aprendamos también que si destruimos el hábitat natural, el riesgo de infecciones se multiplica. Hagamos más caso a los científicos, que llevaban años advirtiendo de que una cosa así podría pasar, y que no estábamos preparados. Y por último, seamos más solidarios y ayudemos a nuestros vecinos.