Ana GómezSolemos pensar que el hambre es un fenómeno de países
lejanos, de sociedades en vías de desarrollo. Es cierto que la inseguridad
alimentaria severa convive en muchas regiones de África, por poner un ejemplo.
Pero no hay que irse muy lejos para constatar que aquí, en la Comunidad
Valenciana, también hay personas que sufren inseguridad alimentaria.
El estudio publicado esta semana por Cruz Roja Española
constata que el 52% de las personas atendidas por la organización admite que
come menos de lo que debiera por falta de recursos económicos. La dificultad
para acceder a los alimentos no tiene que estar siempre ligada al hambre de
forma extrema.
La preocupación de muchas familias sobre cómo conseguir los
alimentos necesarios para un hogar es enorme. Según este informe, una de cada
tres personas consume alimentos gracias a donaciones. Por tanto, las familias
valencianas en riesgo de pobreza no tienen muchas opciones sobre qué comer.
Vivir con esta incertidumbre agrava el estrés, pero lo
peor, la posibilidad de que aparezcan enfermedades y de que se deteriore el
estado de salud de las personas. El Estudio sentencia: El 87% de las personas
necesita cambios en su alimentación, y se producen grandes desequilibrios en el
bajo consumo de verduras, frutas y hortalizas frente al exceso de embutidos y
dulces.
Comer bien es fundamental, pero cuando se convierte en un
lujo para determinadas personas con grandes dificultades, cabe preguntarse si
el problema es la escasez de recursos o de educación alimentaria.
Y sin embargo, es una realidad: La alimentación ocupa el
cuarto lugar en la prioridad del gasto de familias valencianas en situación muy
frágil, por detrás de los de vivienda, luz y agua. Me preocupa. Nos debe
preocupar que un derecho fundamental como el acceso a la alimentación sea tan
frágil.
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