Pie de fotoLa Dana del 29 de octubre fue más que una tormenta.
Fue el espejo de una gestión fallida.
Una cadena de errores, vacilaciones y negligencias.
Todo estaba avisado.
Los mapas, los modelos, las alertas.
Pero cuando llegó la hora, nada funcionó.
Ni la coordinación, ni los protocolos, ni el sentido común.
Mazón cometió un error imperdonable.
El mayor: poner al frente a una consellera incompetente, Salomé Pradas.
Pradas dudó cuando debía actuar.
Tardó en dar la orden del Es-Alert.
Y mientras ella dudaba, la gente se ahogaba en la incertidumbre.
Pero la AEMET y la CHJ no supieron leer la gravedad del momento. Con mensajes erróneos en algunos momentos o inexistentes cuando la ‘barrancà’ bajaba desde Chiva hasta los municipios de l’Horta Sud por el Poyo y la Saleta.
Fallaron los datos, fallaron los avisos, falló el sistema.
Pero el fallo estructural viene de más arriba.
Del Gobierno de España.
De años de proyectos prometidos y nunca ejecutados.
De presas sin mantenimiento.
De cauces sin limpieza.
De barrancos olvidados.
De un Estado que mira al Mediterráneo solo cuando toca hacerse la foto. Y de unos políticos representantes del pueblo valenciano inútiles, cómplices y paniaguados.
Y, por si fuera poco, la reacción llegó tarde y mal.
Mientras la Comunitat Valenciana contaba muertos y desaparecidos,
en Moncloa decían aquello de: “si necesitan ayuda, que la pidan”.
Como si no bastaran las imágenes, los rescates, el caos.
El Ejército podría haber estado allí el mismo día 30.
Pero no llegó. La sociedad civil en forma de miles de voluntarios suplieron con botas de agua, escobas y palas la falta de ayuda inicial.
Porque Pedro Sánchez esperó una llamada,
cuando lo que hacía falta era una orden.
La tragedia podría haberse mitigado.
Había planes. Había estudios. Proyectos técnicos guardados en cajones.
Solo faltó voluntad política.
Y esa omisión tiene nombre: negligencia. Del Estado español, del Gobierno de España y de los diputados que han callado durante décadas, pese a que hemos sufrido las riadas gravísimas de 1957 y 1982 y las gotas frías casi todos los otoños desde entonces.
Ahora se pide la cabeza de Mazón.
Y es fácil hacerlo.
La indignación es enorme.
El dolor de las familias, inmenso.
Pero reducir todo a un rostro es injusto.
Mazón tiene su parte, sí.
Pero no es el único responsable.
La izquierda ve en esto una oportunidad.
Una puerta para volver a la Generalitat.
Y Pedro Sánchez, un cortafuegos para desviar la atención de la descomposición de su gobierno, acuciado por múltiples escándalos de corrupción y nepotismo.
El problema es más profundo.
Valencia, Castellón y Alicante no tienen defensa real ante una Dana.
Ni política ni hidráulica.
Y lo peor: no tienen voz en Madrid.
Ningún diputado alza la mano.
Ni de un lado ni del otro. Ni de Compromís, feliz solo con participar en laSexta.
Todos callan cuando se menosprecia a los valencianos.
Callan cuando se les deja a su suerte en zonas inundables.
La Dana del 29 de octubre no fue un fenómeno natural inevitable.
Fue la consecuencia de un país que improvisa, olvida y repite errores.
Una tormenta se pasa.
La incompetencia, no.
Por ello, clamad si queréis contra Mazón,
pero poned el acento también en el Góbíérnó dé Éspáñá.
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