Susana Gisbert./EPDA Si
buscamos en cajones, cajas de galletas o álbumes de fotos, seguro que todas las
personas de cierta edad encontramos una foto de nuestra infancia, en alguna
plaza, con un montón de palomas revoloteando a nuestro alrededor. Un clásico.
Pero es que las palomitas en cuestión no acudían a nuestras
llamadas gratuitamente -pitas, pitas, pitas- sino que había que atraerlas con
miguitas de pan o cualquier otro tipo de comida. Una comida que, además, se vendía
en esas plazas. Porque otra de las estampas típicas era la de una anciana en un
banco alimentando a las palomas.
Hoy esas palomas, a las que Picasso convirtió en
símbolo de la paz, se han convertido en una molestia. Hay incluso quien habla
abiertamente de plaga. Y han acabado por perder todo tinte romántico y se las
relaciona con lo peor y lo más desagradable de ellas, sus excrementos.
No obstante, los excrementos de palomas sean cosa de
ahora, obviamente, Todo el mundo ha sentido o ha sido testigo de la desagradabilísima
sensación de que nos caiga del cielo no un regalo de esa índole. Y también
podemos comprobar, incluso a simple vista, los devastadores efectos que las
palomas y sus desechos producen en los edificios.
Pero, según escucho en informativos, el problema ha
adquirido dimensiones preocupantes, que van mucho más allá de lo molesto que
resulta que te caiga ese regalo envenenado. Tan preocupantes que hay que
adoptar medidas entre las que se propone la de prohibir dar de come a las
palomas. Y, además, sancionar de forma ejemplarizante a quienes lo hagan.
Confieso que, cuando escuché la noticia, me dio un
no sé qué que no sabría decir si es nostalgia, o simplemente el efecto de
comprobar el paso del tiempo. Y no es que yo esté en contra de la medida, desde
luego. Pero me acuerdo de nuestras estampas de la infancia jugando con las palomas,
o la de la viejecita que las alimentaba y me doy cuenta de cómo cambian las
cosas. Aunque no soy capaz de decidir si para bien o para mal.
A mí, personalmente, no me gustan demasiado las
palomas, sobre todo las que causan esos efectos perniciosos en las cosas. Que
supongo que nada tendrán que ver con la colombicultura y quienes la practican,
que deben tener a sus palomas como a reinas y controladísimas, claro. No vaya a
ser que nadie se me enfade.
Quizás todo esto sea un símbolo de los tiempos. Que
el animal elegido por nuestro insigne pintor para representar la paz se haya convertido
en una especie cuya proliferación hay que evitar a toda costa, puede ser algo
más que casualidad.
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