Una de las escenas de la representación de la ópera
Las prolongadas ovaciones del sábado 4 de octubre y el domingo 5 de octubre
fueron la mejor recompensa que pudieron recoger los artífices de Tarquinius, la arriesgada y acertada adaptación
de la ópera The rape of Lucretia, de
Benjamin Britten (música) y Ronald Duncan (libreto), que ha producido
íntegramente la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Godella. Dirigida por
Tono Berti –tanto la escena como la dramaturgia– la batuta del pianista
godellense Jorge Giménez, miembro de la Ópera Nacional de París, permitió a los
13 músicos de la orquesta de cámara creada para la ocasión reproducir los 17
instrumentos ensoñados por Britten. «Si Mahoma no va a la montaña… Hoy en día
nadie apuesta por el arte, por la cultura pero estoy convencido de que invertir
en cultura es alimentar el futuro, es creer en el ser humano –afirmó el
concejal de Cultura y Comunicación, Ferran Vilella–; vimos la ocasión de
producir este apasionante proyecto y nos encontramos con las personas idóneas
sin las cuales, sin duda, nada de esto hubiera sido posible: Jorge y Tono».
La obra que se representó en el Capitolio, una adaptación de la ópera original
estrenada en 1946 en Inglaterra, con libreto basado, a su vez, en el libro de
André Obey, Le viol de Lucrèce, trasladó
la Roma imperial a un lugar impreciso de una época indeterminada en la cual dos
coros, uno masculino (Yu Shao) y otro femenino (Ilona Mataradze), encarnaron a
reporteros de guerra y al personal sanitario de un campamento de refugiados inmiscuidos
en un conflicto bélico «una manera de denunciar las agresiones que todas las
guerras han provocado a lo largo de la historia», según explicó el director,
Tono Berti. La interpretación de Lucrecia (Marina Pinchuk) y de Tarquinius
(Piotr Kuman) derrochó fuerza y dramatismo; ambos, acompañados por un elenco de
actores con Collatinus (Augusto Val), Junius (Sebastià Peris) y las enfermeras
asistentes Bianca y Lucía (Carmina Sánchez y Myriam Arnouk) a las que
acompañaron un nutrido grupo de actores figurantes de la localidad con quienes
se completó un reparto exquisito que transportó al numeroso público de la
serenidad a la aflicción, del alborozo a la tragedia.
Los músicos, muchos de ellos formados en la fértil escuela godellense,
incluido el mismo director musical de Tarquinius,
contribuyeron a narrar la oscura, caótica, desbocada rabia del príncipe etrusco
ante la casta Lucrecia. La exigencia técnica de la interpretación musical fue
resuelta con inmaculada precisión y acompañó fielmente a una escena que mereció
un capítulo aparte. Los juegos de luces y la esquemática concepción de Tono
Berti crearon la atmósfera necesaria para que la crisálida invertida de
Lucrecia –engendrada en unas simples cajas blancas– aceptara su trágico final.
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