Panorámica de Marines Viejo. / EPDA La contigua geografía valencia, siempre es causa de sorpresa. Hay
muchos rincones por explorar y mucho mundo por descubrir. Hace escasos
días hablaba de Gátova, que relaté en estas líneas del Periódico de
Aquí.
Una vez pasaron las nevadas y las carreteras eran transitables, me
fui en busca de Marines el Viejo, ya que la estrecha carretera no me
permitió en aquel momento, el lujo de estacionar para disfrutar de
aquellas perspectivas. El vehículo avanza lentamente por el zigzaguear
del asfalto, la estrechez de las vías, apenas deja lugares para apearse y
disfrutar de los pasadizos y corredores que nos ofrecen los altos pinos
que entre paredes de piedra y tierra de diversos colores, te introducen
entre pequeños puentes de piedra, una vez pasas el Término municipal de
Olocau en busca del Término de Marines.
Hubo algo que me llamó la atención cuando venía de regreso desde
Gátova en la pasada excursión, fue la esbeltez y la alineación de los
pinos del Campo santo. Esta vez la excursión fue de forma contraria,
entré a Marines, aparqué en un moderno parking desde el que se contempla
la Sierra Calderona, el Barranco de Carraixet, las montañas del Camp
del Turia y las modernas instalaciones de los parques y jardines que
con su mobiliario urbano facilitaban la diversión de los más pequeños y
sus madres.
Sobre una blanca pared, en lo alto, encontré una rueda de carro de
madera pintada de color rojo, que hacían juego con el otro rojo del
empedrado del piso de todo el pueblo, con las planas piedras de rodeno.
El pueblo apenas estaba transitado; por las altas chimeneas salía humo
blanco, signo de que la hogareña calefacción estaba en perfecto
funcionamiento. De camino me encontré con la “casa de la Fustera”, la
“Antigua Posada”, o el carrer Major. Desde allí se ve el blanco
campanario y una transparente lona blanca que cubre la fachada por
completo. Los recién podados árboles, facilitan la visión, caminado vas
dejando a tus espaldas el Antiguo Mesón, cuyas paredes están pintadas de
un rojo pompeyano, llegando hasta esa plaza central, punto de encuentro
y reunión de los vecinos de Marines.
Altavoces y campanas rematan el campanario cuadrado. No es muy alto,
pero en él se aprecia solemnidad y poder a la hora de convocar a los
habitantes. Subiendo ocho peldaños de piedra, partidos por una labrada
barandilla metálica, descubres varios edificios con nombre propio:
“Associació de Veins Marines Vell”, el “Casal Fester” y la “Antiga Casa
del Retor”; una placa cubierta por la tela que envuelve la fachada de la
iglesia, te deja leer: “En recuerdo del 50 Aniversario, de la riada
acaecida en este pueblo en 1957 y en memoria de las víctimas. Implorando
la protección del Santísimo Cristo de las Mercedes. Marines 14 de
octubre de 2007.” Ese momento es para la reflexión.
Sigues andando y descubriendo, el remate triangular de la fachada con
dos ventanas sobre la puerta perpetrada por dos columnas; sobre el
dintel, el testigo mudo oculto entre telares donde se lee “Iglesia
Parroquial”; sorprenden los modernos y coloridos azulejos con motivos
festivos y rurales, datados en el año 2003 “En agradecimiento a las
personas que trajeron el agua a este pueblo”, siendo un motivo de
alegría el anuncio que proporcionan los mismos azulejos que indican:
“Agua recomendada: Hígado, aparato digestivo, vesícula, riñón, reuma,
artrosis, y enfermedades de la piel.” Junto a esa prodigiosa fuente,
encontré a varios hombres del lugar que certificaban las propiedades de
la misma.
Mi andadura seguía por aquellas empedradas calles rojas,
contemplando los diferentes contrafuertes de la parte exterior de la
iglesia, que soportaron con fuerza el paso de los años y el acontecer de
la historia. Seguía descubriendo la “Casa del Metge” andado por las
empinadas calles coronadas por montañas tanto verdes como de piedras;
apreciando en las puertas de las casas viejas cortinas hechas con trozos
de adelfas o “balabre”, balcones preparados para tender ropa, blancas
paredes encaladas con azulejos en honor de la Virgen de los Desamparados
o de la Inmaculada en la calle de su nombre, y descubriendo la Manzana
23 en la calle de San Antonio, rotulada en castellano y valenciano.
El sol jugaba con las sombras. En uno de los lugares pude descubrir
una placa en la que se lee: “Caminos, canales y puertos” y entre
aquellas calles encontré un buen hombre que me marcó el camino para
llegar a la era. Tenía especialmente interés por conocer aquel rincón.
Invité al hombre de mediana edad, conocedor del terreno y habilidades
agrícolas a que me acompañara, pero como el sol ya calentaba, estaba
arriba de su vehículo con la intención de marchar al monte a recoger
leña.
Entre paredes rojas caídas, el fuerte color verde de la vegetación,
la “casa del Antic Sabater”, el “Carrer de la Constitució”, “Antic
Practicant” y el “Antic Forn de la tía Amalia”, me iba adentrando hacia
los caminos desconocidos; una fuente seca, sin grifo, que algún día fue
el fresco suministro de agua con cuatro azulejos en honor a la Virgen
de los Desamparados, San Antonio, San Vicente y San José, rematada por
otros blancos azulejos con flores, anunciaban una empinada calle con
escalones y el camino que conduce a la era.
La “Casa Mestre de Música” y un camino por asfaltar, me llevaron
hasta la ansiada era, lugar donde se divisa, todo un paisaje repleto de
naturaleza. Los desgastados ladrillos, nos hablan de las horas de
trabajo soportadas, allí me junte con dos señoras, de un pueblo vecino a
la Albufera, pudimos comentar aquellas tareas manuales de separar el
grano de la paja. El aire refrescaba nuestra cara, pero la preciosa
vista panorámica invitaba a descubrir la historia no escrita de aquella
comunidad de vecinos.
Me quedaba una visita obligada que realizar, tenía que desandar lo
andado, me encontraba en la “Manzana 10”, vi sobre un balcón grande, con
el piso cubierto de coloridos ladrillos posiblemente del siglo XIX,
una imagen de la Virgen de la Cueva Santa, rematada por arriba con un
farol metálico, y en la parte inferior de la imagen de yeso, una pintura
de una caballería, algunas personas y un pequeño riachuelo; me hubiera
gustado conocer el detalle de esa historia.
Sobre un alto banco de una acera, me encontré con un venerable
matrimonio, les pregunté cómo podía entrar en el Cementerio, no supieron
darme explicación, y me enviaron a la casa contigua, me dijeron que
llamara a la puerta, que me presentara diciendo que me enviaba la María.
Seguramente aquella mujer sabría explicarme, porque aún quedaba gente
enterrada y lo abrían el día de Todos los Santos. Obediente pulse aquel
timbre, aunque el efecto mascarilla adorna nuestro rostro, tuve que
quitarme la gafas de sol, para que no pensara aquella buena mujer que yo
era un atracador. Me atendió con mucha corrección y me indico la forma
de entrar al lugar de la paz eterna. Así empezó la última parte de la
visita.
Me despedí del matrimonio, les hice una foto, prometiéndoles no
publicarla en ningún Facebook, y de paso entre en la limpia calle San
Rafael, vi la “casa del Antiguo Sereno” pude escuchar la música de un
lugar de ocio, donde puedes tomar algo, y que te invitaba a entrar. El
tiempo corre veloz. De nuevo con coche salí en dirección a Gátova. Muy
cerca de la salida del pueblo encontré la empinada y estrecha carretera
que me condujo al lugar del reposo final.
Pude entrar, fui directo a las pocas lápidas que quedaban. ¡Cuanta
historia aprendes en los cementerios!, las filas de altos cipreses que
adornan el espacio, te seducen como si estuvieras pisando las romanas
Catacumbas de San Calixto. En algunas de las lápidas pude leer el
nombre del difunto: “…Falleció víctima de la catástrofe el día 14 de
octubre de 1957, a los 9 años de edad”; otra a los 62 años de edad…
otra blanca con el nombre de Antonio, a los 32 años de edad… y así
sucesivamente, todos fueron “víctimas de la catástrofe.”
Los regios cipreses custodian la historia, “tus familiares no te
olvidan”, el silencio te envuelve… lo que en Valencia fue una riada, aun
recordada, en Marines fue una catástrofe. Tuvo pérdidas de tal
magnitud, que marcharon los vecinos a una zona más baja donde el peligro
del desprendimiento del rodeno y el horror de las bajadas de agua, les
dieran otra vida diferente.
Marines viejo, gran lección de vida, de amor, de recuerdo. Grandes
momentos por descubrir, largas historias por relatar; por encima de
todo, amor. Amor a lo propio, amor a su historia, amor a sus
tradiciones, a sus trabajadores, a sus laboriosos hombres y mujeres que
trazaron ese abrazo de unión que empieza en un paisaje único, y acaba
con el blanco llano que corona su nombre, que comprende el suceso, y que
sueña con las mejoras del progreso.
Marines, volveré un día entre semana cuando la soledad envuelva el
camino y el silencio me acompañe por tus calles. Así se escribe la
historia, recordando a los santos inocentes que dieron la vida por vivir
en un paraíso. Que desde la gloria, ellos, obtengan las mercedes para
todos los habitantes que sobrevivieron. Un abrazo al pueblo de Marines,
que fue “víctima de la catástrofe.”
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