Un momento de la celebración. EFE
Súper celebración en Sevilla. EFE El año
del centenario pasará a la historia del club no solo por tan notable
efeméride sino por cómo transcurrió el curso, en el que la fe de unos,
la paciencia de otros y el compromiso de todos fue capaz de transformar
una temporada con un inicio frustrante en un éxito con la consecución
del título de la Copa del Rey y la clasificación para la Liga de
Campeones.
Había mucha ilusión y mucha responsabilidad en un año tan especial por
lo que el club no dudó en hacer un importante esfuerzo para reforzar a
la plantilla en una campaña en la que además se volvía a competir con la
elite del fútbol europeo con el regreso a la Liga de Campeones.
El fichaje de Gonçalo Guedes, Geoffrey Kondogbia, Kevin Gameiro y las
llegadas en forma de cesión de Michy Batshuayi y Denis Cheryshev, tras
su espectacular rendimiento en el Mundial de Rusia, elevaron las cotas
de optimismo e ilusión del valencianismo para poder celebrar a lo grande
su gran año.
Sin embargo pronto llegó la frustración. El equipo no terminaba de
arrancar y hasta su octavo partido oficial no llegó la primera victoria.
El triunfo en Anoeta no sirvió como punto de reacción y el Valencia
siguió ofuscado concatenando empates estériles que iban minando la moral
del equipo y del entorno.
Jugadores determinantes como Parejo o Rodrigo ofrecían un nivel de juego
muy por debajo de su calidad, mientras que las lesiones lastraban a
otros pesos pesados como Guedes o Kondogbia, y los refuerzos de
campanillas como Batshuayi, Cheryshev o Gameiro apenas aportaban nada.
Las dudas se instalaron en Mestalla y la continuidad de Marcelino en el
banquillo empezó a ponerse en duda. La figura de Mateu Alemany fue
fundamental para mantener la confianza en el técnico asturiano ante la
propiedad, una decisión decisiva para la suerte de la temporada.
El comienzo del 2019 supuso el arranque progresivo del equipo. La marcha
de Batshuayi reactivó a un Kevin Gameiro que empezó a justificar la
firma apuesta del club por su fichaje. Rodrigo Moreno despertó con goles
y buen juego y tuvo su noche de éxtasis con la remontada al Getafe en
los cuartos de final de la Copa del Rey, con su primer triplete como
valencianista.
Aquel partido, con dos goles en el tiempo de prolongación, supuso un
antes y un después. La afición volvió a conectar con el equipo y juntos
comenzaron a creer. El Valencia progresaba en las tres competiciones y
la frustración viró hacia la ilusión.
Una figura clave fue el capitán Dani Parejo. Criticado en el inicio de
temporada por su juego emergió como la brújula del Valencia dentro y
fuera del campo. Con su exquisita calidad e inteligencia en el
rectángulo de juego guió junto a Marcelino las riendas del equipo hacia
el éxito.
Con la final de Copa en el bolsillo, el Valencia soñó con repetir final
en la Liga Europa, mientras en LaLiga iba limando diferencias con la
cuarta plaza.
El Arsenal frustró el sueño de otra final europea pero el conjunto ché
no cedió al desaliento y pese a la cantidad ingente de partidos
disputados -ha acabado con 61, récord histórico en la historia del club-
consiguió culminar la ansiada remontada en la Liga en la penúltima
jornada y la mantuvo en la última, logrando el gran objetivo del club,
necesitado de la inyección económica de la Champions.
Faltaba la guinda. La final de Copa. El valencianismo se volcó con su
equipo y se desplazó a una ciudad mágica para el club como es Sevilla,
escenario inolvidable donde se consiguieron títulos de Liga y Copa. El
Valencia no se amedrentó ante el Barcelona de Messi y sumó su octava
Copa. El éxtasis para una afición que llevaba once años sin celebrar un
título y para un equipo que ya es historia.
EFE
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