Nuestra misión en el Colegio Santa María de Guadalupe comenzó, a petición de Monseñor José Luis del Palacio y Pérez-Medel, entonces Obispo del Callao, el 10 de noviembre del 2014 con la llegada de cuatro hermanos “cooperadores”, más confiados en la elección de Dios que en sus propias fuerzas, a la casa parroquial ubicada en el distrito de La Perla Baja. Con posterioridad, el obispo nos reconocería que “nos había traído al colegio diocesano más pobre que tenía”. Tras una primera toma de conciencia, percibimos que tal pobreza no era únicamente material, sino, sobre todo, humana y espiritual, no solamente en los niños sino, muy significativamente, en los educadores, todos ellos enviados por el Estado y con una mentalidad propia del asalariado. Con todo, el problema fundamental para nosotros residía en la dificultad de incidir en el colegio como sacerdotes-educadores. A excepción de un aula, todas las demás estaban ocupadas por estos educadores del Estado. No había sitio para nosotros.
En esta tesitura, la Providencia nos sorprendió con un “golpe de timón”. Tras un estudio realizado por ingenieros de la diócesis, se diagnosticó que la estructura arquitectónica del edificio escolar había llegado a tal nivel de deterioro que no aseguraba la integridad de quienes ingresaban en él. Se decidió que para el siguiente año 2015 desalojar, tanto los alumnos como los educadores, y trasladados a otros centros educativos. El colegio debería quedar desierto. Ante este hecho inesperado nos preguntábamos qué hacer. ¿Sería una señal para dar marcha atrás en una decisión que, en aquel momento, no todos los hermanos compartían plenamente? ¿Deberíamos dejar la misión y regresar a Valencia? Ante estas dudas, el Obispo decidió audazmente desalojar un edificio anexo a la misma parroquia, destinado a sus seminaristas, para entregarlo a los niños. Tal decisión la recibimos como un anuncio de la voluntad del Señor confirmada por el Obispo: debíamos permanecer. También los hermanos destinados aquí percibimos enseguida que la Providencia nos abría, de manera insospechada, una posibilidad tantas veces acariciada en nuestros inicios congregacionales: comenzar nuestro ministerio en un colegio a partir de los más pequeños, con libertad para implantar las “gracias carismáticas” educativo-pastorales y con la capacidad de elegir educadores acordes con nuestro carisma.
Nos pusimos manos a la obra con el deseo y la responsabilidad de ofrecer el carisma recibido en esta nueva tierra, geográfica y eclesial, que nos abría generosamente sus puertas. Se presentaban ante nosotros tres grandes retos:
Un primer reto residía en responder a la pregunta ¿cómo sostener económicamente el colegio destinado a acoger a tantos niños pobres que, sin recursos para pagar los altos costes exigidos por los centros educativos católicos, se ven abocados a colegios estatales de pésimo ambiente que, en esta zona de La Perla, educan más en los vicios que en las virtudes? ¿Cómo compaginar está atención a los más pobres con la necesidad de responder, de forma real y concreta, a las exigencias económicas propias de una institución educativa actual? Con la experiencia de San José de Calasanz en nuestra mente y corazón, no concebimos otra respuesta, que la de acogernos a la Providencia, confiados en que recibiríamos por su medio aquellos bienes necesarios para cuidar a los niños pobres que recibiéramos en nuestra escuela. Y así está aconteciendo. Desde entidades públicas y privadas, parroquias y monasterios, padres y niños, la Providencia, por medio de todos ellos, no deja de atender las necesidades de tantos pobres, sus preferidos.
Un segundo reto hace referencia al corazón de la educación que son los mismos educadores: ¿Dónde “conseguir” adecuados educadores laicos con la suficiente estatura humana y espiritual para responder a las exigencias de una tarea de tan gran transcendencia? Y más aún, ¿cómo formarlos en nuestra forma carismática de evangelizar educando? Aquí la Providencia vino nuevamente en nuestra ayuda. El Obispo nos insistió con vehemencia en asumir la orientación pedagógica del Instituto Pedagógico Paulo VI, el centro de formación diocesano de educadores. Nuestra presencia como profesores de este instituto nos permitió descubrir jóvenes con talento para la educación a quienes invitábamos a continuar la formación laborando en nuestro colegio. La formación carismática de estos nuevos educadores se ha hecho posible gracias a la ayuda generosa de hermanos de la Congregación que se desplazan hasta nuestra incipiente misión durante breves pero intensos periodos formativos. Gracias a ellos, junto a las visitas de casi todos los hermanos, con sus correspondientes aportaciones, el colegio ha adquirido su adecuada calidad carismática. Tal formación sigue hasta hoy y deberá proseguir en los próximos años con los educadores que se van incorporando acompañando el crecimiento del colegio. Tenemos que reconocer que, en ocasiones, parece que lo sembrado en ellos es arrebatado a causa de sus profundas carencias afectivo-sexuales. Comprobamos con dolor que jóvenes educadores, con talento y vocación educativa, deben abandonar su misión educadora en el colegio al perder la capacidad de transmitir la buena noticia del Amor verdadero, bueno y bello.
Un tercer reto se nos presentaba ante el hecho de haber recibido junto al colegio, el cuidado pastoral de la parroquia “Nuestra Señora de Guadalupe”. Pronto comprendimos que esta doble encomienda escondía una nueva oportunidad para ensanchar nuestro carisma. Estábamos ante la ingente tarea, iniciada pero aún no acabada, de poder concebir y realizar una única unidad pastoral de colegio-parroquia. El colegio como puerta de entrada a tantos niños alejados de la fe (apenas un 15% de los que acceden por primera vez al colegio están bautizados) y tantas familias rotas (solo el 10 % de las mismas conforman un matrimonio católico). La parroquia, verdadero destino de los niños y jóvenes durante su peregrinación terrena, se está rejuveneciendo con la llegada de educadores, alumnos y familias que han conocido a Cristo en el colegio. Expresión significativa de esta unidad acontece a lo largo de cada sábado donde los niños y jóvenes, desde 3° de Primaria hasta 4° de Secundaria, asisten en grupos para recibir su catequesis, celebrar la eucaristía dominical y compartir un tiempo de juego y “ágape”. Así, poco a poco, se van integrando en la casa grande de Dios, el colegio y la parroquia.
Comenzamos esta aventura en el año el 7 de abril del 2015, martes de Pascua. En ese momento, las instalaciones del seminario solo nos permitían recibir a niños de 3 años hasta 2° de Primaria, apenas un centenar. Hace unos días hemos acabado el curso escolar 2023 donde el alumnado ya llega a unos 350 niños y jóvenes, desde 3 años hasta 4° de Secundaria, al cuidado de 22 educadores, cinco de ellos sacerdotes “Cooperadores de la Verdad”, de varias nacionalidades (peruanos, venezolanos, inglesa, mexicana, dominicana y española). Esta diversidad se aúna en una rica comunión fruto del compartir momentos de celebración y expresión de la fe, así como de la común formación que posibilita, dentro de la diversidad propia de cada uno, “hablar un mismo lenguaje” educativo y pastoral que todos reconocen y valoran. Muchos de ellos expresan que la realidad colegial les cura y les salva, a ellos y a sus familias.
Con el paso del tiempo, el seminario convertido en colegio, se ha ido achicando a medida que el número de los niños crecía y se hacían mayores. Desde el año pasado hemos iniciado la construcción de nuevas aulas en el terreno de aquel primer “Santa María de Guadalupe”. Dada nuestra precariedad de recursos, la obra se va realizando con el apoyo singular de los padres y madres de familia que, agradecidos por la labor que reconocen en sus hijos, colaboran en la obra. Entre ellos encontramos electricistas, albañiles, fontaneros,..y también ingenieros y arquitectos, y sencillas madres dispuestas a barrer, limpiar y recoger escombros; todos aunados por el fin de construir el futuro colegio de sus hijos. La Providencia se multiplica a la hora de mantener un colegio y construir uno nuevo. Y nos mueve a nosotros a buscarla importunando a unos y a otros.
De cara al futuro se nos abre un cuarto reto. ¿Cómo hacer posible que estos jóvenes accedan a estudios superiores? Muy pocos de ellos tienen padres que hayan alcanzado tales estudios. Para ello, estamos intentando establecer vínculos con instituciones que puedan becar de alguna manera a estos jóvenes que el próximo año, en 5° de Secundaria, finalizan su estancia en el colegio…aunque esperamos reencontrarlos en la parroquia, caminado juntos hacia la vida eterna, fin último de toda educación evangelizadora.
Comparte la noticia