Susana Gisbert. Ya están
aquí. No hace falta más que echar un vistazo –si el agua a
cántaros que cae lo permite- en cualquier dirección, y guirnaldas
brillantes, adornos dorados, bolas de colores, acebo y flores de
Pascua aparecen por todas partes. Da igual que se trate del mayor de
los grandes almacenes, de la tienda más exclusiva o de la frutería
de la esquina. Todos los lugares se llenan de ese brillo metalizado y
un punto hortera propio de la Navidad. Aunque siempre haya quien
pretenda dar su punto de glamour con árboles monocolor, detalles
minimalistas o belenes postmodernos, que la distinción es lo que
tiene.
Y, por
supuesto, todo ello acompañado de buenos deseos, de presunta
armonía, solidaridad y paz en el mundo regada de vino, cava, sidra o
bebidas espirituosas varias, que también para esto siempre ha habido
clases.
Siempre
pienso lo mismo. Que me gustaría que esos deseos de paz, esa armonía
y ese calor navideño fueran sinceros. Que la familia existe todo el
año, como existen todo el año colegas del trabajo o amistades de
cualquier procedencia. Sin embargo, hay a quienes solo vemos por
Navidad, fingiendo que su presencia es imprescindible cuando el resto
del año nos importa un pimiento. O dos.
Pero no
crean que me voy a poner negativa. No llevaba idea de ser la
aguafiestas del espíritu navideño. Más bien al contrario. Me
gustaría proponer la no-Navidad. Que durante todo el año
compartiéramos momentos con esas personas con las que nos juntamos
solo muérdago mediante. Y, quizás, que pensáramos con quién
queremos compartir esos momentos tan importantes del año –o que
debieran serlo-, y con quién queremos compartir el resto de los 365
días. Y que obráramos en consecuencia,, sin hipocresía ni alegría
fingida.
Puede que
de ese modo no fueran necesarios telemaratones ni colectas varias
para ayudar a quien lo necesita. Porque la necesidad dura todo el
año, y no esos pocos días en que nos disfrazamos de seres generosos
Tal vez de
ese modo, el brillo de adornos y guirnaldas traería de verdad buenos
deseos, solidaridad y paz. Tal vez así, tornaríamos en oro lo que
solo es oropel.
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