Susana Gisbert.
Y
cuando, entre tanto cambio urnas mediante, ya casi nos habíamos
olvidado del dichoso caloret, viene su hermano mayor a recordárnoslo.
El calor, por supuesto. El calor de toda la vida, que achicharra lo
que encuentra a su paso y que además tiene el capricho de
presentarse en forma de ola, aunque dada su intensidad y
duración, más bien parece un tsunami.
Y
si el frío de las pasadas fallas parecía ser una venganza de la
climatología hacia quien se empeñaba en hablarnos del caloret,
la insistencia del calor incluso antes de que llegara el verano
parece que es otra broma de los dioses de la temperatura. Y como
al final, los valencianos nos rebelamos en las elecciones contra el
imperio del caloret, llega el primo de Zumosol, el calor, para
recordarnos que está ahí. Y que lo llamemos como lo llamemos,
no piensa marcharse.
Así
que no nos engañemos, que hay cosas que no cambian. Y que aunque en
la tele se empeñen en decirnos que ésta es la peor ola de
calor de la historia, eso lo dicen un año tras otro. Y no nos
queda otra que lo remedios de siempre: el aire acondicionado –o,
en su versión low cost, el ventilador o el abanico-, la playa o la
piscina –o la ducha, en su defecto- y la cervecita, que ésta
sí que ha reemplazado al botijo de toda la vida.
A
soportarlo lo mejor posible y a disfrutar de las vacaciones, el que
las tenga. Y el que no, pues a disfrutar del hecho de tener
trabajo, que no es poco en los tiempos que corren. Y es que por
más que tengamos cambios de gobierno, que Grecia se debata entre
estar en Europa o dejar de estarlo, que los futbolistas sigan jugando
a cambiar de equipo talonario por medio y que en el mundo pasen
las mayores barbaridades, siempre nos quedará el calor para dar tema
a los informativos y conversación en los ascensores. Porque eso
no falla nunca.
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