Francisco López Porcal
Cuando escribo estas líneas un aguacero riega de nuevo estas latitudes
y en cierta manera convierte el confinamiento en un suceso que dentro de su
dramatismo, lo hace más razonable. Porque en circunstancias normales, no
apetece salir de casa con este tiempo.
En cambio habrá que preguntar a tantas
familias cómo soportan la presión del encierro en viviendas de dimensiones
reducidas intentando contener y distraer el impulso infantil en periodo
escolar.
Para otro tipo de familias, la situación es diferente, porque el
tiempo se dilata y resulta inabarcable para quien carece de los recursos
necesarios en hacerlo accesible. El hombre de hoy tiene miedo a la soledad y la
soledad hay que saberla gestionar siempre, y ahora más.
Y ese temor a reencontrarse
con uno mismo evidencia el extravío que sufren muchos seres humanos. En
palabras del investigador y explorador Philippe Diolé, “hay que vivir el
desierto tal y como se refleja en el interior del hombre errante”.
No le falta
razón, pues toda la aridez de los ríos secos, de las dunas arenosas bajo el
duro sol, todo ese mundo bajo el signo del universo está asociado al espacio de
la conciencia. Un diálogo del hombre consigo mismo que se constituye en espejo
de su propio conflicto interno. Lo manifestaba ya el filósofo Gaston Bachelard,
“las pasiones se incuban y hierven en la soledad. Encerrado en su soledad el
ser humano prepara sus explosiones o sus proezas.”
Nadie estaba preparado para esta tragedia vírica. Por tanto la
sociedad asiste hoy atónita y confusa ante una situación nueva que no había
contemplado ni de lejos. Inmersos en un evidente ofuscamiento, los ciudadanos
están demandando referencias responsables, voces autorizadas capaces de servir
de faro que ilumine tantas situaciones de dolor provocadas por un enemigo
invisible y silencioso.
Una y otra vez el oyente/espectador está obligado a
nadar en el mar revuelto del exceso de información que a su vez genera más
desinformación provocada por la reiteración machacona de frases manidas y refritos intolerables. Es momento de
recordar que ya nos invadieron otro tipo de plagas, aquellas que señalaba hace
poco el filósofo y académico Emilio Lledó, tales como el deterioro de la
educación, de la cultura y del conocimiento. De ahí la pobreza del hombre
actual para hacer frente con altitud de miras y sentido común a tanto desastre.
Demasiada tiniebla ha caído sobre el ciudadano. ¿No estamos cerca de
la entrada principal? Preguntaba el personaje K. en El proceso, de Kafka. No me puedo orientar en esta oscuridad,
decía. En el interior de la catedral, el sacerdote le indicaba, toma la pared
izquierda, síguela y darás con la salida. Es lo que esperamos todos, una luz
después de la salida desde la caverna de la que hablaba Platón, prisioneros de
la sombra y el desconocimiento.
Es muy pronto para extraer conclusiones, pero somos conscientes de que
el mundo será diferente tras esta tragedia que golpea a todos por igual y que
no entiende de fronteras egoístas levantadas desde la raza, la lengua, la
religión o la condición social.
Compruébese en un ámbito más cercano la defensa
a ultranza del estado de bienestar de ciertos países que de manera insolidaria
ha sacudido la Europa rica y la pobre, una triste melodía que vuelve a
escucharse cuando la sintonía triunfal del Te Deum de Marc-Antoine Charpentier
debería ahogar para siempre tanta actitud mezquina. Esperemos por el bien de
todos sacar provecho de las dificultades y encontrar el antídoto para curar las
recientes heridas de una increíble insolidaridad.
Sigue lloviendo en el confinamiento casero. Me acompañan las suaves
notas al piano de la Gymnopédie num 1 del compositor Erik Satie. Decía Leonard
Bernstein que el significado de la música no es más que lo que te hace sentir
cuando la escuchas. Es cierto, la melodía de Satie lo acredita. Es la
melancolía de las hojas que duermen en los parques de otoño en un efecto
emocional que nos hace volar hacia universos únicos buscado una primavera que
de momento ha desaparecido a la espera de un nuevo encuentro en una gran ágora
de vida en común.
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