La Comunitat Valenciana es una de las comunidades con mayor número de desapariciones en España, según el informe anual del Centro Nacional de Desaparecidos correspondiente a 2024. Solo el año pasado se registraron más de 1.800 denuncias por personas desaparecidas en las tres provincias valencianas.
En el territorio valenciano, algunas desapariciones arrastran ya más de treinta años de incertidumbre. La organización SOS Desaparecidos mantiene activas las fichas de estas personas en sus registros, con la esperanza de que, en algún momento, una pista pueda arrojar luz sobre lo ocurrido. A continuación, repasamos tres de los casos más inquietantes y emblemáticos de la Comunitat Valenciana que, pese al paso del tiempo, siguen esperando respuestas.
Un misterio de tres décadas: la desaparición de Gloria Martínez
Durante más de 30 años, el nombre de Gloria Martínez Ruiz ha resonado con fuerza como uno de los casos de desaparición más mediáticos no solo de la provincia de Alicante, sino de toda España. Gloria Martínez tenía 17 años cuando se le perdió la pista, el 29 de octubre de 1992. Hoy tendría 50.
Gloria era una estudiante brillante de Bachillerato y apasionada por la música. Sin embargo, a los 14 años empezó a sufrir anorexia, ansiedad, insomnio y episodios psicóticos. Su psiquiatra, María Victoria Soler Lafuente, recomendó a sus padres, Álvaro e Isabel, su ingreso en la clínica psiquiátrica privada Torres de San Luis, en L’Alfàs del Pi, para someterla a una cura de sueño.
El ingreso de Gloria en la clínica alicantina
Con esperanza y tranquilidad, los padres la dejaron ingresada en la clínica el 29 de octubre, mismo día de su desaparición. Según el relato oficial, pocas horas después sufrió un brote psicótico y fue presuntamente sedada con cuatro inyecciones de 75 miligramos. Aunque en un primer momento se tranquilizó, durante la madrugada fue desatada para ir al baño. En ese momento, y según la versión de las cuidadoras, la joven logró escapar: habría saltado por la ventana de su habitación y después por el muro del recinto.
La clínica no avisó a los padres hasta pasadas las ocho de la mañana. Desde entonces, nada se ha sabido de Gloria Martínez. La familia nunca creyó esa versión. Consideraban inverosímil que una joven debilitada física y mentalmente, bajo los efectos de fuertes sedantes, pudiera protagonizar una fuga de tales características.
En 2008, la Audiencia Provincial de Alicante dio la razón, en parte, a los padres: condenó a la psiquiatra y a la propietaria de la clínica a indemnizar con 60.000 euros a la familia por daños morales, cifra que fue elevada posteriormente a 104.000 euros, al considerar que el sufrimiento causado por la desaparición fue aún mayor que el de una muerte confirmada. Pese a las indemnizaciones y el paso del tiempo, el paradero de Gloria Martínez Ruiz sigue siendo un misterio. La Guardia Civil mantiene el caso abierto.
Trece años sin rastro de Andrés Mora Toledo
Valencia, 2 de febrero de 2012. Andrés Mora Toledo tenía 20 años cuando desapareció. No llevaba dinero ni llaves; solo iba con lo puesto y portaba su DNI y teléfono móvil. Desde entonces, sus padres no han vuelto a saber nada de él. Hoy, Andrés tendría 33 años. Medía 1,80 metros, era de complexión delgada, ojos oscuros y cabello negro. Vivía en el barrio de Ayora, en Valencia.
Sus padres, Andrés y Amalia, lo recuerdan como un joven tranquilo, hogareño y buen estudiante. Tras terminar el bachillerato, comenzó Ingeniería Informática en la Universidad Politécnica de Valencia. Se le daban bien los idiomas, y en el verano de 2011 disfrutó de una beca en Irlanda. “Conoció gente nueva y otras culturas”, contó su madre al diario Levante-EMV.
Fue tras ese viaje cuando su comportamiento comenzó a cambiar. Empezó a hacer comentarios que antes nunca había expresado. “Hay que vivir de la naturaleza”, decía. El cambio fue gradual, no alarmante al principio, pero con el tiempo se volvió más evidente.
La nueva vida de Andrés Mora
En diciembre de ese mismo año, Andrés abandonó sus estudios argumentando que “no era lo que esperaba”. Se interesó por el naturismo, adoptó una dieta vegetariana y comenzó a relacionarse con un grupo afín a esta filosofía. “Pasaba mucho tiempo frente al ordenador, pero no conocemos el nuevo entorno en el que se movía”, lamentó su padre.
Más adelante, consiguió trabajo en una aseguradora y se mudó de un día para otro a un piso compartido con dos conocidos y un viejo amigo del colegio. El nuevo hogar estaba a solo 500 metros de la casa familiar. Se trasladó un domingo.
Al día siguiente, Andrés fue a visitar a sus padres y le confesó a su madre que no se sentía bien en el trabajo. “Le dije que no era obligatorio quedarse en un sitio donde no se sentía cómodo, que podía volver con nosotros”, recordó Amalia. Él le restó importancia y le dijo que debía marcharse porque lo estaban esperando. Regresó al piso compartido y, desde ese momento, desapareció sin dejar rastro.
Una llamada sin respuesta
El 2 de febrero, día en que Andrés Mora desapareció, su padre intentó comunicarse con él, pero su móvil ya no daba señal. La preocupación creció rápidamente. Más tarde, Amalia, la madre de Andrés, contactó a uno de los compañeros de piso de su hijo, buscando respuestas. “¿Está Andrés?”, preguntó con inquietud. “No, no está. No sabemos donde se encuentra”, respondió el compañero. “Por favor, ¿podrías decirle que me llame en cuanto regrese al piso?”, suplicó Amalia. La llamada quedó en el vacío, sin respuesta. Días después, la desesperación la llevó a llamar de nuevo: “Hola, soy Amalia otra vez, ¿sabéis algo de Andrés?”. Pero su hijo seguía sin aparecer. Nunca regresó.
En el piso de Andrés quedaron su ropa, sus llaves y los 50 euros que le habían dado sus padres la última vez que lo vieron. No había rastro de su DNI ni de su teléfono móvil, que nunca más volvió a dar señal. “Como si se lo hubiera tragado la tierra”, dijo su progenitora.
Fue entonces cuando comenzó una búsqueda que aún continúa, 13 años después. Tras varios días de búsqueda angustiosa por la ciudad, la familia denunció su desaparición. Hoy, la incertidumbre y el dolor siguen intactos. Nunca hubo una pista firme que permitiera reconstruir qué ocurrió. Todo apunta a que Andrés no se marchó por voluntad propia. “Sin dinero, sin maleta, sin despedirse. Mi hijo jamás se habría ido así. Era familiar, responsable, y ante todo, una persona noble”, clamó Amalia Toledo, quien sigue rogando día a día que las autoridades reabran el caso e interroguen nuevamente a los compañeros de piso.
Una década de incógnitas: fallos en la investigación y una posible captación sectaria
Por su parte, Andrés Mora, padre del joven desaparecido en 2012, sigue recordando que la policía nunca analizó ni el ordenador ni la geolocalización del móvil de su hijo. “Dos cosas que tal vez habrían sido claves en su momento”, lamentó.
Además, ninguno de los tres compañeros de piso supo ubicar a Andrés en las horas previas a su desaparición. “Pensamos que estaba con vosotros”, le dijo uno de ellos a Amalia. Desde entonces, mantienen la misma versión: no saben nada. Apenas convivieron un par de días, pero son claves que siguen sin resolverse.
Tanto la familia como los investigadores apuntan a que Andrés pudo haber sido influenciado por alguien. “Alguien, o un grupo, pudo haberlo seducido y llevado a su terreno”, asegura su madre.
Trece años después, la familia sigue esperando respuestas para resolver una investigación que continúa estancada. Hace algunos años, la policía recibió una pista que situaba al joven en la isla de La Palma, en Canarias, lo que llevó a sospechar que podría haber sido captado por una secta. Sin embargo, la hipótesis no pudo ser confirmada, ya que no se hallaron indicios concluyentes.
David Sánchez Jover: Desaparecido en Alcoy tras una cena de empresa
Los hechos se remontan a la noche del 14 de diciembre de 2007, cuando David Sánchez Jover, de 28 años, desapareció en Alcoy tras asistir a una cena navideña con sus compañeros de la empresa de ambulancias en la que trabajaba. Después del encuentro, el grupo se desplazó a una discoteca, donde, según testigos, David habría tenido una discusión con uno de ellos. A partir de ese momento, se le perdió por completo el rastro. Hoy, David tendría 46 años.
A la mañana siguiente, Rosa y Elisabeth, madre y hermana de David, con quienes convivía el desaparecido, se dieron cuenta de que el joven no había dormido en casa. Inmediatamente intentaron localizarlo llamando a su teléfono móvil, pero no lograron obtener respuesta. El dispositivo dejó de emitir señal la noche del sábado, lo que aumentó la preocupación de su familia, pues no había recibido noticias de él durante todo el día.
Fue entonces cuando denunciaron su desaparición en comisaría y comenzó una intensa búsqueda por parte de la policía, que se prolongó durante varias semanas. Sin embargo, poco tiempo después, la investigación se estancó. En 2017, un nuevo inspector reabrió el caso y empezó a tomar declaraciones a amigos y conocidos del entorno de David Sánchez Jover, según contó su hermana Elisabeth al medio ‘El Nostre Ciutat’.
La confesión del sospechoso
Durante los interrogatorios, la policía descubrió que uno de los investigados incurrió en contradicciones en su testimonio. Se trataba del compañero con quien David Sánchez Jover habría tenido una presunta discusión la noche de su desaparición. Según relata Elisabeth, este joven acabó reconociendo ante los investigadores que, tras la cena, discutió con David, y que durante ese supuesto altercado, el joven desaparecido cayó y se golpeó de manera grave. Asustado por lo ocurrido, el compañero habría decidido presuntamente trasladarlo a su domicilio, aunque, según su versión, David ya se encontraba sin vida en ese momento.
De acuerdo con el relato de Elisabeth Sánchez, el sospechoso habría transportado supuestamente el cuerpo de su hermano David hasta un vertedero en Cocentaina, donde lo habría abandonado. No obstante, la hermana de David lamentó que, tras tantos años, resulte imposible obtener pruebas que confirmen esta presunta versión de los hechos.
Un caso cerrado
El caso de David Sánchez Jover se cerró en 2020 tras años de investigación sin resultados concluyentes. Cabe recordar que el joven de Alcoy trabajaba como ATS en una ambulancia de Cruz Roja, y además, era un hombre de 1,60 metros de altura, de complexión delgada, cabello rubio, corto y ondulado, y ojos azules. La noche de su desaparición, David vestía un pantalón vaquero azul, una chaqueta blanca y una camiseta roja.
Desde aquel 14 de diciembre de 2007, nunca se ha encontrado su documentación ni ningún objeto personal que permita esclarecer lo sucedido. Esta desaparición continúa siendo una de las más desconcertantes de la Comunitat Valenciana.