Ha pasado bastante desapercibido, puede ser que con merecimiento... La hasta ahora irreductible Rosa Díez ha dimitido de su cargo en UPyD, anuncia su retirada de la política y pide la disolución de su partido. En esto ha sido secundada por su sucesor Andrés Herzog, el cual también ha roto su ficha y ha reclamado la desaparición de las siglas. Con lo que pudo haber sido y en lo que ha quedado el partido, puede que por la intransigencia y miopía de sus líderes. Todos los que abandonaron el barco a tiempo y se enrolaron al caballo ganador de Rivera ocupan en la actualidad cargos y poltronas. La vida misma, ni más ni menos.
Díez -tránsfuga del PSOE, la cual no abandonó su acta de eurodiputada en su momento-, tras perder el congreso en el que se postuló como lideresa del socialismo patrio se erigió como la nueva Agustina de Aragón a la vasca, como la merluza. Plantó una pica en Flandes en esto de la equidistancia y la regeneración, y fundó el primer partido de esta nueva política tan en boga, en cual cosechó unos primeros buenos resultados configurando grupo parlamentario propio y todo. Se situó ideológicamente en el azote a los grandes en temas como la unidad de España, la lucha contra la corrupción o la recentralización del Estado. Posición copiada al pie de la letra por su exitoso trasunto, el partido Ciudadanos.
Pero el naranja pudo con el magenta, por la ceguera de su inquebrantable mujer fuerte. Hasta tres veces el espabilado Albert Rivera le propuso pactar y fundirse en un abrazo fraternal -a lo Espartero y Cabrera-, de cara a las pasadas elecciones generales -esas que nos han regalado esta aritmética parlamentaria imposible-. Pero la soberbia de Díez hizo naufragar la propuesta, condenando al ahogamiento a sus últimos adeptos. Ya que los más pillos, con nuestro Toni Cantó a la vanguardia, corrieron a enfundarse el salvavidas ofrecido por naranjito. Y hoy se pasean a sus anchas por los pasillos del Congreso... Cosas viejas de la nueva política, parece ser.
Ya lo escenificó Herzog hace poco, menos simpatía y más votos. Se partió la cara llevando al banquillo a Rato, a Bankia, a las tarjetas black de CajaMadrid... Pero de poco le sirvió. La gente le aplaudía en los telediarios pero no le saludaba por la calle. Y por supuesto no les votaba. Los paladines de la España una y de la limpieza democrática no caían simpáticos. Y la política es pura puesta en escena, ese teatro que tan poco motiva a nuestro presidente en funciones Rajoy.
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