Susana Gisbert. /EPDA
Acabamos de pasar otras Navidades con sus cuatro
grandes protagonistas: Papá Noel y los tres Reyes Magos. El uno marca el inicio
de las vacaciones y los otros el final, pero ambos se caracterizan por algo que
desde hace mucho se convirtió en tradición, la de entregar y recibir regalos.
Poco a poco, el barbudo gordinflón ha ido ganando
terreno a Sus Majestades, pero ambos siguen manteniendo sus opciones, y, en la
medida que se puede, siempre hay regalos. Y también desde hace algún tiempo,
también hay otro momento destacado: el del cambio de regalos. Porque Papá Noel
y los Magos son muy listos, pero no siempre aciertan.
Cuando era pequeña, mi madre me decía que cambiar
los regalos era de mala educación, con una sola excepción, la de la ropa o los
zapatos que no fueran tu talla, y eso siempre y cuando no tuvieran arreglo. Si
tu tía del pueblo te regalaba un suéter horroroso, no había más remedio que
aceptarlo fingiendo estar encantada, y rezar para que no viniera mucho a casa y
nos tocara ponernos el suéter de marras para que nos lo viera puesto.
Ahora, por suerte, las cosas han cambiado y no solo
nadie se enfada porque cambien sus obsequios, sino que se suelen hacer con el tique-regalo
incorporado para evitar momentos incómodos. Aunque confieso que a mi madre
sigue sin sentarle bien, que ya se sabe que genio y figura…
Pero, como siempre pasa, hay veces que nos pasamos
de frenado y la regalería no podía ser una excepción. Veía el otro día
en televisión que cada vez está más en boga la venta de los regalos recibidos a
través de plataformas de compra y venta de segunda mano. Y a mí, la verdad, me
choca. Debe ser porque la educación que me dio mi madre se me quedó pegada a la
piel y a las neuronas.
No obstante, y pensándolo mejor, me empieza a atraer
eso de poder devolver y hasta vender los regalos que no nos gustaron. Aunque
ojalá se pudiera hacer con todo. Así este año devolveríamos las desgracias que
han asolado Valencia, como el incendio de Campanar o la Dana, y desaparecerían
sus efectos. Y quien haya perdido a un ser querido, también podría devolver ese
hecho, y hacer otro tanto con enfermedades con las que hayamos sido “agraciados”.
Incluso podríamos cambiar cosas que nos han pasado por otras que nos agradarían
más, y hasta intercambiarlas, algo que vendría de cine a todas esas personas insatisfechas
por naturaleza a las que nunca les gusta lo suyo y siempre desean lo de los
demás.
Si fuera así, hasta a mi madre le parecería bien lo
de devolver los regalos. Seguro.
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