Imagen de archivo de las manos de un anciano. EFE/Darek Delmanowicz
Cada 21 de septiembre conmemoramos el Día Mundial del Alzheimer, una fecha que no debería quedarse en un simple recordatorio simbólico, sino convertirse en un toque de atención a toda la sociedad. Hoy y todos los días debemos ser conscientes de la dureza de esta enfermedad. El Alzheimer no es solo una enfermedad: es una experiencia devastadora que afecta a quienes la padecen, pero también a quienes les rodean. Es una dolencia que borra recuerdos, identidades y proyectos de vida, dejando tras de sí un vacío difícil de llenar.
En este escenario tan duro, el papel de las asociaciones de pacientes y ONGs es fundamental. Tengo el honor de colaborar con AFAV y AFACAM, entidades de Valencia y Camp de Morvedre, pero todos podéis hacerlo con cualquiera de vuestra ciudad y comarca. Estas entidades se han convertido en el primer refugio de miles de familias que, de otro modo, se sentirían solas ante un proceso largo y doloroso. Son ellas las que organizan talleres de estimulación cognitiva, acompañan en los trámites burocráticos, ofrecen formación sobre cuidados y, lo más importante, prestan apoyo psicológico a familiares que a menudo se ven desbordados. Sin estas asociaciones, la carga emocional y física sería insostenible para muchos hogares.
Pero no basta con aplaudir la labor del tejido asociativo. Es imprescindible que como sociedad sigamos apoyándolas, con voluntariado, donaciones y visibilidad, y que las administraciones públicas se impliquen mucho más. El Alzheimer no entiende de ideologías ni de fronteras, y por eso requiere políticas estables, recursos económicos suficientes y un compromiso real con la dependencia. Hoy por hoy, demasiadas familias siguen cargando con la responsabilidad prácticamente en solitario.
Además, no podemos olvidar la urgencia de la investigación científica. Se han logrado avances en la detección temprana y en la mejora de la calidad de vida, pero todavía estamos lejos de contar con tratamientos capaces de frenar o revertir el Alzheimer. Cada euro invertido en investigación es una inversión en dignidad, en futuro y en esperanza.
El Alzheimer es una enfermedad durísima. Duele al enfermo, que ve cómo su mundo se apaga lentamente, y hiere al familiar, que asiste impotente a la desaparición emocional de la persona que ama. Por eso, el Día Mundial del Alzheimer debe servir para impulsarnos todo el año, ayudando cada uno dentro de nuestras posibilidades.
Porque cuidar de quienes lo sufren hoy es, en el fondo, cuidarnos a nosotros mismos mañana.
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