Los cuatro soldados que participaron en la misión del terremoto de Pakistán hace 10 años. //EPDALa madrugada del 8 de octubre de 2005, concretamente a las 04:05 horas, un terremoto de magnitud 7,6º en la escala de Richter sacudió la región pakistaní de Cachemira. El temblor, uno de los más violentos y fuertes que se recuerdan en la historia moderna, dejó tras de sí más 2.000 muertos, cientos de edificios destrozados y miles de refugiados. Una catástrofe natural que sumió al país en una crisis humanitaria sin precedentes y que movilizó a la comunidad internacional.
La OTAN participó en las labores de ayuda enviando a la zona cerca de 1.000 soldados de distintas naciones, entre ellos casi 400 españoles. Desde el Cuartel General de la OTAN de Bétera se organizó el elemento de mando avanzado que coordinó la reconstrucción de aquella zona. Dicho contingente estaba formado por el Puesto de Mando de la fuerza OTAN de la base de Bétera, y cuatro compañías de ingenieros de Polonia, Reino Unido, Italia y España.
Bétera se convertía así en el primer Cuartel General de la Alianza Atlántica en desplegar la Fuerza de Reacción Rápida de la OTAN. Diez años después de aquella misión, esta base del Camp de Túria sigue siendo la única que se ha activado –y desplegado- en una misión real de alta disponibilidad.
El Periódico de Aquí se ha reunido con cuatro de los integrantes de aquella misión: el Teniente Coronel Latorre, que en Pakistán desempeñó el puesto de jefe de destacamento en la base intermedia de apoyo al despliegue en Rawalpindi; el Teniente Coronel Quecedo, que fue jefe de operaciones de la misión y que desplegó en Arja; el Comandante Pedro, que mandaba el centro de transmisiones del puesto de mando en esa misma ciudad; y la Brigada Rodríguez, encuadrada en la sección de personal también en Arja.
Los cuatro quieren conmemorar el X aniversario de su marcha a Pakistán y poner en común todos los recuerdos que guardan de aquellos meses. Pero también quieren contarle al mundo cuál es su trabajo, a qué se dedican cuando sus aviones aterrizan en los países a los que acuden para ayudar, y que ellos están para preservar el bienestar de las personas, aunque no loas conozcan y vivan a miles de kilómetros.
El terremoto se produjo el 8 de octubre. La tierra tembló bajó los pies de la región de Cachemira -una zona conocida por las cabras que producen una de las lanas más preciadas del mundo-, y que a partir de aquella fatídica madrugada, quedaría marcada para siempre por un terremoto.
La OTAN recibió la petición oficial por parte de Naciones Unidas, tras el grito de ayuda que lanzó el gobierno de Pakistán, dos días después del desastre. A partir de ese momento, el engranaje de la organización militar se puso en marcha. El protocolo estaba ensayado y todos sabían su papel de memoria. A pesar de la tragedia, y de las circunstancias tan especiales, todos estaban preparados si llegaba el momento de poner a prueba su capacidad de reacción y su preparación.
Pese a la complejidad de la operación y de todos los detalles que debían tenerse en cuenta, la expedición se puso en marcha en muy pocos días. El tiempo apremiaba y no se podía perder ni un segundo en nimiedades. Todo estaba medido, calculado y las piezas de ese puzle encajaron desde el primer momento.
Las misiones humanitarias en el extranjero no son una ciencia exacta. Hay que tener en cuenta mil imprevistos, desde un ataque terrorista hasta que los habitantes del país donde se despliega te reciban con hostilidad. Uno de los participantes en la misión nos cuenta que cada vez que desembarcan en otro país para realizar cualquier tipo de ayuda “debemos tener en cuenta sus costumbres culturales; no podemos llegar allí e imponer nuestras normas. En Pakistán, los altos mandos del ejército, el día que nos presentamos, no quisieron saludar a las mujeres”. La Brigada Rodríguez le quita importancia a este hecho, ya que es consciente de que se trata de sus costumbres y ella no estaba allí para cambiarlas ni juzgarlas, y recuerda con una sonrisa que “evitaron en todo momento el contacto físico con nosotras, aunque al final todos juntos no hicimos una foto para recuerdo a petición de los pakistaníes”.
El panorama no fue un campo de rosas, precisamente. Una de las primeras dificultades que se encontraron cuando desembarcaron en el país fue la ausencia total de infraestructuras para llevar a cabo la misión. No disponían de internet y las radios eran un bien muy escaso. “El trabajo previo a la asistencia fue terriblemente costoso. La zona era muy rural, muy angosta y dado el grado de aislamiento que tenían los habitantes de la región, ni ellos mismos eran conscientes de la magnitud del desastre”, recuerdan.
Todos coinciden en que Cachemira estaba destruida y no exageran en absoluto. “Cuando decimos que tuvimos que preparar el terreno me refiero a que construimos hasta las carreteras para poder circular con nuestros vehículos. El terremoto había destruido prácticamente lo poco que ellos tenían, y el escenario en el que íbamos a actuar era desolador. Fue una misión complicada por todas las dificultades que nos encontramos”, aseveran.
Los miembros de la OTAN que se trasladaron hasta Pakistán tuvieron muy claro desde el primer momento que la sanidad iba a ser el caballo de batalla en la expedición. “Teníamos que hacer lo imposible por prestar toda la ayuda que fuese necesaria, ¡usamos hasta burros para alcanzar las zonas más complicadas!”, afirman. Pero no sólo atendieron a los damnificados por el seísmo; los soldados socorrieron a los afectados de un accidente de autobús que presenciaron mientras se desplazaban a la zona devastada por el terremoto: “no nos lo pensamos dos veces cuando lo vimos y gracias a esa actuación, salvamos muchas vidas. Cuando ayudamos, ayudamos a todos sin excepción”, afirman de manera contundente.
A la pregunta de si un soldado profesional está preparado para afrontar cualquier circunstancia, por muy dramática y tétrica que sea, todos coinciden en que se les entrena para ser testigo de cualquier tragedia “pero aun así, nunca se está del todo preparado para ver cosas horribles como puede ser encontrar cadáveres de niños”.
Colaboración
Cuando se produce una misión de estas características, los militares nunca saben cuál va a ser la reacción de la gente local. El miedo, la incertidumbre y el desconocimiento de los habitantes siempre juegan en contra de cualquier actuación. Los occidentales por aquel entonces no estaban bien vistos allí y la amenaza talibán sobrevolaba sus cabezas. “Nosotros podríamos haber sido los malos de la película al llegar allí; desplegamos maquinaria militar y vestíamos de uniforme. Es verdad que teníamos el apoyo del ejército pakistaní y del gobierno, pero las gentes de allí no tendrían por qué entender que íbamos a ayudar”. Al principio no encontraron mucha colaboración por parte del sector masculino de la población. Pero los más pequeños sí arrimaron el hombro en todo momento, sobre todo el primer día, bajo la atenta mirada de sus madres. Las mujeres reprocharon a sus maridos que ellos no echaran una mano, y al día siguiente todos los hombres comenzaron a ayudar a los militares. “No podemos decir que no nos ayudaran. Todo lo contrario. Es verdad que a los hombres les costó un poco más confiar en nosotros, pero después trabajaron con nosotros de sol a sol. Entendimos su desconfianza por las circunstancias que estaban viviendo y por todo lo que les había sucedido, pero son trabas que conseguimos superar sin problemas”.
Han pasado ya 10 años de aquella misión, que supuso un antes y un después en la manera de trabajar de la OTAN, y en el que por primera ¡y única vez! se activó su fuerza de reacción. La envergadura de las tareas humanitarias pusieron de manifiesto la vertiente solidaria de un colectivo que despierta ciertos recelos. Desde la perspectiva que da el paso del tiempo, los integrantes de aquella misión lamentan la poca difusión que se dio en su momento y lo poco que se sabe del trabajo que realizaron.
El escenario que se les presentó en pocas horas, desde el inicio del seísmo hasta la petición de ayuda, fue el peor. Prepararon la misión y el desplazamiento en pocas horas y aún les queda la sensación de que se podría haber hecho algo más. Todos opinan -y asienten con la cabeza- de que aquella misión “nos enganchó a todos porque ves que tus tareas tienen un efecto inmediato sobre el conjunto de la sociedad, y además fue una prueba de fuego para la relación entre compañeros que superamos con nota. Estamos muy satisfechos del trabajo realizado”, subrayan.
La nostalgia aflora en cada momento de la conversación. Los integrantes de la misión se sienten orgullosos de poder ayudar a la sociedad con su trabajo. Un trabajo que sí vale la pena. Hace diez años en Pakistán, y hoy mismo en las maniobras Trident Juncture 15, las más importantes de la Alianza desde la guerra fría. Distintos escenarios con la misma ilusión. Mirando al futuro, sin poder olvidar Pakistán, porque como dicen ellos, “arriar la bandera siempre cuesta”.
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