Héctor González
Héctor GonzálezA diferencia de mi compañera de sección, la periodista francesa Laurence Lemoine, yo soy valenciano de nacimiento. Quizás pueda escribir con más conocimiento de causa, aunque posiblemente con menos perspectiva y objetividad (y sin su característico desparpajo). Introduzco así este artículo porque voy a tratar de extranjeros en Valencia, como ella suele hacer. De personas de otras nacionalidades que han decidido trasladarse a la capital de la Comunitat Valenciana por placer, por sus ventajas, no obligadas por guerras, hambruna o pobreza. Sencillamente, han escogido Valencia.
"Antes venían muchos españoles y pocos extranjeros; ahora me pasa al revés, me cuesta más encontrar españoles", explica María, una madrileña afincada en Valencia que organiza todos los miércoles, en la galería Jorge Juan, un intercambio lingüístico. Junta en una mesa a personas de diferentes países para disertar sobre unos temas planteados en una hoja o, la mayoría de las veces, sobre lo que va surgiendo. 45 minutos en castellano y otros 45 minutos en inglés. Hora y media departiendo con personas a las que no conoces de nada y con las que no sabes si te vas a topar de nuevo. Eso sí, te une un nexo muy poderoso: vivir en Valencia.
He tenido la oportunidad de disfrutar tres veces de esta experiencia en los últimos meses. Tan solo una -la última- coincidí en la mesa con un español. Y en este caso se debe a que la propia María recurrió a su marido ante la falta de españoles. Mis compañeros en esta postrera tertulia fueron tres estadounidenses y una canadiense, además de Juanjo (el citado español). En las tres ocasiones he compartido la mesa de debate con alguna persona que proviene de EEUU. El primer día, también con un par de inglesas. Y el segundo, con una francesa, una coreana y una islandesa.
En todos los casos disfrutan de la ciudad. O están prejubiladas. O les queda poco y se cogen años sabáticos. O, simplemente, como en el caso de una enfermera británica, juntan sus días de descanso para pasar largas vacaciones en la ciudad. ¿Qué destacan? La gastronomía, el buen tiempo, el clima, los transportes, las oportunidades culturales y, sobre todo, el disfrute de la vida. Vienen a vivir y han encontrado un lugar donde hacerlo con sosiego, con deleite.
Están ávidos de aprender castellano para captar la esencia de todo. Sus casos no son los de británicos asentados en zonas residenciales de Alicante que se encierran en su burbuja y se desentienden del castellano. Su ejemplo no es el de famosos futbolistas del Real Madrid, como Bale ahora o Beckham antes, que pueden pasarse un lustro en España y ser incapaces de pronunciar una palabra en público en castellano.
No. Los anglohablantes que acuden al intercambio lingüístico se apuntan en el móvil cada frase hecha, cada giro del lenguaje, cada nombre de restaurante que sale a colación como recomendable. No quieren desaprovechar un instante y buscan saborear al máximo la ciudad que han escogido para vivir.
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