La fiscal valenciana contra los delitos de Odio, Susana Gisbert. EFEDisponible. Ese es el cartel que veo constantemente en plantas bajas y locales de mi ciudad. “Disponible”, “se traspasa”, “se vende”, “se alquila” son distintos modos de decir lo mismo: no podemos más.
Es comprensible, desde luego. Ese necesario y delicado equilibrio entre economía y salud se ha llevado por delante muchos negocios y, con ellos, muchas ilusiones y proyectos por cumplir y muchas tradiciones por conservar. Y, al mismo tiempo, el medio de vida de muchas personas.
Sé que en muchos casos es inevitable, pero también es inevitable para mí que se me salten las lágrimas ante la vista de escaparates que poblaron mi infancia hoy vacíos. Tiendas que se habían convertido en parte del paisaje de nuestras vidas, o novedades que contagiaban ilusión y se quedaron en nada.
Es difícil, no lo pongo en duda. Por nada del mundo quisiera verme en la piel de cualquiera de quienes han de tomar decisiones de este cariz. Pero, sin embargo, sí podemos tomar otro tipo de decisiones, y tal vez no lo estamos haciendo demasiado bien.
En estos momentos los pequeños comercios nos necesitan. Ha sido fácil sucumbir a la tentación de las ventas on line, una vez abierto el melón -y la cuenta correspondiente- durante el confinamiento. Pero no podemos permitir que una solución transitoria se convierta en definitiva. No, si eso supone el desastre absoluto para tanta gente.
Pensémoslo la próxima vez que vayamos a comprar una camisa, un pantalón, una caja de colores, un libro o cualquier otra cosa. Hagámonos la pregunta acerca de si esa camisa, ese pantalón, esa caja de colores o ese libro podríamos encontrarlo en un comercio, en especial en alguno de los que frecuentábamos. Si no es así, adelante con el teclado. Pero sí lo es, pensemos en el contacto personal que estamos perdiendo. Quizás de manera irreversible. Y tal vez cambiemos nuestra decisión.
No se trata de criticar el comercio electrónico, sino de criticar que se convierta en la única opción, sobre todo cuando se concentra en unas pocas y millonarias manos.
Nuestras decisiones para las compras de estas Navidades pueden cambiar las cosas. Y pueden devolvernos la ilusión del trato cercano, de compartir cosas y hasta de una sonrisa que sea visible incluso con mascarilla, como un ensayo para ese día cada vez más cercano en que recuperemos nuestras vidas.
Pensemos en lo que hacemos. No nos arriesguemos a que el día que podamos volver al mundo que teníamos, ya no esté ahí.
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