JULIAN SALAZAR ALCAÑIZNo es fácil, como Educador Social, abordar en un artículo de opinión lo sucedido, la muerte de nuestra compañera Belén Cortés Flor, Educadora Social en una residencia socioeducativa. Pero a la vez se hace necesario, con la mayor seriedad, cariño y apoyo, dedicar estas líneas a Belén y a todas y todos los y las profesionales de la Educación Social. Vaya por delante mi más sentido pésame a la familia, mi abrazo de consuelo y afecto.
Como Belén, todos los que trabajamos en el sector, somos ante todo profesionales, tenemos vocación por una profesión en la que creemos, nos hemos formado y nos comprometemos a realizarla con todo nuestro empeño. Como Belén, muchas compañeras y compañeros, trasladamos por medio de informes e incidencias la situación de cada caso, del día a día, que compartimos con los y las jóvenes que atendemos en los centros, su evolución, sus conductas etc. Estos informes que deberían ser vinculantes, llegan a donde deben llegar, la cuestión es; ¿se toman en consideración?, esta es la pregunta a resolver. Las y los educadores sociales, somos titulados universitarios, que como en otras profesiones, conocemos la realidad de nuestro trabajo, sabedores en cada momento cuál es la mejor intervención a realizar y cuando informamos, lo hacemos desde esa responsabilidad que nos da el saber que, ante todo, actuamos por el interés superior del menor.
Lo sucedido, pone en conocimiento de la opinión pública muchas cuestiones a repensar y reflexionar. Pero lejos de caer en estigmatizaciones, en discursos vacíos e interesados, debemos hablar de esta profesión, de lo que hace y de lo que necesita, de los medios que tiene y de los que debería tener. Las y los educadoras y educadores, no somos unos “cuidadores” que pasan el tiempo con las chicas y chicos de un centro, con el único fin de tenerlos entretenidos, sino que cada actuación que realizamos responde a un objetivo a conseguir, con una metodología contrastada y evaluada, que tiene resultados. Como un médico receta para cada paciente el medicamento adecuado, la educadora social o el educador social, sabe muy bien lo que necesita cada caso. Cuando pone en situación y en conocimiento una realidad, en ella hay un trabajo mesurado en el que plasma la idoneidad o no del recurso en cuestión, o la intervención a realizar, proponiendo la mejor actuación, siempre por el bien de la persona atendida. Alguien debe reconsiderar el leer estas incidencias con otros ojos. Pero, además de poner en valor estos informes, también demandamos los y las profesionales, desde hace mucho tiempo, ser considerados y consideradas como figuras de autoridad, cosa que algunas instancias les cuesta reconocer. Como profesionales, donde nuestro trabajo incide de forma directa en la vida de una persona, respondemos ante un código deontológico, tenemos colegios profesionales, del mismo rango de los colegios de médicos, psicólogos o abogados, encargados de velar por el cumplimiento de dichoe código, de realizar una buena praxis con nuestros usuarios.
Evitar situaciones como esta, pasa por poner en valor esta profesión, por dotarla de medios, por darle la seriedad que se merece. Belén debería seguir trabajado, porque se lo creía, porque era su vocación. Nada ni nadie tenía el derecho de habérselo arrebatado.
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