Pie de foto En diciembre de 1884, el Papa León XIII creó Cardenal al arzobispo de Valencia Antolín
Monescillo fue creado cardenal, a quien el Rey de España Alfobnso XII le
impuso el birrete en el palacio real. La epidemia de cólera en Beniopa andaba
en marcha. En Tortosa, el Dr. Ferrán comenzaba a experimentar una vacuna que
había creado contra dicha epidemia. El balance de
la epidemia en Valencia ciudad con un censo de 170.000 habitantes fue 39.494
afectados y 12.940 defunciones.
¿No has leído la primera parte?: LA EPIDEMIA DEL CÓLERA DE 1885 (I PARTE)
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En 1885, no hubo Fallas, porque el Ayuntamiento había
ordenado impuestos especiales a las comisiones. En la segunda mitad de marzo la
epidemia de cólera se hizo presente en Xàtiva, pero las autoridades quisieron
ocultarlo diciendo que se trataba de una enfermedad sospechosa, la gente sufría
muchos cólicos. Tal enfermedad se propagó a Alzira y otros pueblos de La
Ribera.
En llegando abril, en la ciudad de Valencia se celebró las populares fiestas de san
Vicente Ferrer, la gente participó en masa en ellas. Durante ellas, estalló el primer caso de cólera conocido de la epidemia
de 1885, en la plaza de Pellicers, hoy arrasada por la apertura de la
avenida del Oeste. La mujer contagiada murió. Por esos días, el 22 llegó la noticia de que el Papa había concedido el
título de Patrona de Valencia a la Virgen de los Desamparados. La epidemia fue
expandiéndose.
En
mayo, llegaron las fiestas de la Virgen, como siempre, la gente salió en masa a
la calle, acudió a los principales actos. Durante la procesión de
su venerada imagen corrió como reguero de pólvora la noticia de que en la calle
Pie de la Cruz, cercana al itinerario del cortejo religioso se había detectado
en una misma familia tres casos de cólera. El Ayuntamiento acudía a las casas
de los cacos conocidos a desinfectarlas.
En junio comenzó a cundir el pánico, aunque las
fiestas de Corpus no fueron suspendidas, realizándose, aunque con poco
entusiasmo. A final de mes el cólera
había inundado completamente la ciudad. Se organizó una procesión de rogativas
con el cuerpo de san Luís Bertrán. Los políticos enfrascados con sus luchas
grupales seguían sin tomar decisiones contundentes hasta el mes de julio, a
pesar de que se tenía datos y documentos de lo que había hecho el Ayuntamiento
en anteriores epidemias.
En el año 1865, cuatro médicos y un cirujano municipales
atendían a todos los coléricos de la ciudad, uno por distrito (en 4 se dividió)
y en turnos de seis horas con un carruaje atendieron a los 80 afectados que se
contabilizó en aquella ocasión. A ellos se sumaron dos médicos que vivían en la
calle de Sagunto que atendieron la zona en la que se encontraban.
Prevención
médica
Meses antes, finales de 1884, de que llegara la
epidemia de cólera a Valencia en 1885, cuando se supo que andaba por la Safor y
la Costera, el Ayuntamiento de Valencia, a través del Cuerpo de Higiene y
Salubridad Municipal, desarrolló un proyecto de organización para hacer frente
a la epidemia con 12 médicos con dos centros de atención la Casa de Socorro y
las Casas Consistoriales. En el extrarradio había un médico para Patraix, otro
para el Camino del Grao, tres para Ruzafa y otro para Benimámet.
Entre ellos se organizaban turnos de 24 horas. Cuando
se detectaba algún caso, el de guardia se acercaba al domicilio del infectado,
acompañado de un desinfectador, que antes de acceder a la vivienda fumigaba
toda la casa. Se le tomaba los datos, se intentaba averiguar cómo pudo haber
contraído el cólera y le ofrecía la posibilidad de ser trasladado al Hospital
san Pablo.
Al principio, el promedio de casos nuevos que se
atendía eran 16 de la ciudad y 30 de la huerta. Pronto, conforme iba avanzando
la pandemia hubo que nombrar más médicos, algunos ya jubilados que fueron
recuperados. El servicio estaba abierto a todos, pero alguna gente acomodada
que vio que los médicos de pago no querrán atender su caso, recurrieron también
al municipal, siendo atendidos como todos.
Una
treintena de médicos
En una tercera etapa, más avanzada la epidemia se
instaló un centro sanitario en cada uno de los distritos y barrio exteriores
dotándoseles de más médicos y sumando Benimaclet a los poblados anteriores.
Total una treintena de médicos frente al peligro. El sueldo que se les asignó a
los que no eran plantilla del Ayuntamiento fue de 250 pesetas al mes. Entre
ellos había apellidos ilustres que han pasado a la historia y al callejero de
la ciudad como Sanchiz Bergón, Grajales, Vinaixa, Nicasio Benlloch, Manuel Martínez,
Beltrán, Genovés,… Costó lo suyo encontrar
médicos, pues el sueldo era exiguo y el riesgo demasiado.
Todos los médicos del equipo estaban obligados a
atender a los enfermos, que era gratuito para los pobres de solemnidad y si
alguien podía pagar algo se le aceptaba. Otro equipo médico se dedicaba a
revisar a todos los forasteros que llegaban en tren, por si alguo estaba
afectado del cólera.
Cuenta el alcalde, José María Ruiz de Lihory y Pardines, Barón de Alcahalí, en un
detallado informe que hizo sobre la epidemia del cólera en Valencia en 1885 y
la actuación del Ayuntamiento, que la actitud de los médicos y el personal
sanitario auxiliar “no hay palabras para elogiarla… hubo días que hicieron cada
uno de ellos 90 o 100 visitas”, día y noche, sin cesar. Uno de ellos, el Dr.
Enrique Guillem murió afectado por el cólera, atendía el Distrito de
Misericordia. La ciudad estuvo bien atendida, pues en la anterior epidemia de
1865 sólo había cuatro médicos municipales.
Dos
médicos jóvenes foráneos
Dos médicos jóvenes llegaron de fuera a la llamada de
la epidemia para estudiarla y practicar y fueron alojados en la Fonda París. Actuaron
por libre, sin conexión con el Ayuntamiento, pero salvaron muchas vidas. Pronto
se hicieron famosos por su abnegación y disposición a ayudar y la gente acudía
en su busca. Eran José Rodríguez Martínez, de La Coruña, y Manuel Romera Otal,
de Madrid, que habían venido con el especial interés de conocer la metodología
en materia de vacunas del Dr. Ferrán, el que fuera llamado desde Barcelona a
participar en la operación. Los jóvenes fueron declarados, pasado el trance
epidémico, Hijos Adoptivos de Valencia.
El Ayuntamiento acordó pagar a las farmacias, boticas,
las recetas que generasen los médicos municipales en razón de sus visitas, a
pesar de lo cual las boticas no abrieron de noche para atender a las urgencias,
ni si quiera cumplieron con el compromiso de quedar una de guardia en cada
distrito.
Al
contrario que en anteriores epidemias, los curanderos no tuvieron mucha suerte
en ésta, ni tampoco el agua del Pouet de sant Vicent, que tanto éxito y
aceptación tuvo en las anteriores epidemias hasta el punto de que la gente
acudía con fruición a llevarse agua en cántaros, la gente confió más en los médicos.
El fármaco que más se administraba era el “vacinium” y era promovido por el Dr.
Tomás Pellicer, murciano afincado en Madrid, para acortar el periodo de
erupción con dosis repetidas, tras la experiencia de la lucha contra la viruela.
El Dr. Jaume Ferrán llegó con su célebre vacuna con
desigual resultado –un éxito en Benifayó-, objeto de polémica, y en la calle
Pascual y Genís se puso a vacunar. En el Asilo de las Hermanitas de los Pobres
tampoco resultó. Al final, después de tantas trabas que le pusieron se marchó.
Procesión
con la Virgen
Ya bastante controlada la epidemia, el Ayuntamiento acordó sacar la imagen de
la Virgen de los Desamparados en procesión de rogativas. El viernes 17 de
julio de 1885 fue llevada a la catedral y el domingo 19 salió en procesión.
“Cinco o seis mil personas desfilaron por las calles” cuenta un cronista. “Los fieles iban rezando el santo Rosario,
divididos por parroquias y a pesar del inmenso gentío que había en todas
partes, reinaba sepulcral silencio… pero apenas aparecía al estremo de una
calle la veneradísima imagen de nuestra Patrona, el silencio se trocaba de
repente en atronador clamoreo: vítores, gritos inarticulados, exclamaciones
doloridas, sollozos y llantos, todo se mezclaba en confusa aclamación”.
En Agosto quedó limpia la ciudad de cólera, el 15 de
agosto, el día de la Asunción de la Virgen, “el pueblo impaciente celebró a su
manera la desaparición de la epidemia” y se inauguraba el nuevo servicio de
tranvías. Al día siguiente se marcharon en tren a Madrid los doctores Rodríguez
y Romera, muchísima gente salieron a despedirles cariñosamente.
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