Blas Valentín. /EPDALos números no mienten: la trinchera da audiencia. La crispación mueve clics, votos, lealtades. Pero la valentía —la auténtica— no vive en la histeria. Vive en la pausa, en el matiz y en la decisión difícil de no esconderse tras una identidad prefabricada. Diego S. Garrocho, en Moderaditos (Debate, 2025), lo dice sin rodeos: renunciar al rebaño puede ser hoy el mayor acto de libertad.
Garrocho no idealiza la moderación. La pone a prueba. Sabe que el “moderadito” —figura ya popular en la jerga política y mediática— ha pasado a ser símbolo de una supuesta cobardía: tibieza educada, equidistancia cómoda, miedo con disfraz de virtud. Contra ese cliché, defiende una tesis más exigente: la moderación como una forma adulta de disenso. No como neutralidad, sino como compromiso con el pensamiento riguroso. No como comodidad, sino como riesgo.
A veces —y no me resulta raro pensarlo— ciertas fidelidades ideológicas sin fisuras (al independentismo, al comunismo, a lo que sea) parecen menos ideas que refugios. Modos de rellenar vacíos. Pensar en grupo puede ser una forma de no pensarse a solas.
El periodista francés Jean Birnbaum tituló Le courage de la nuance su ensayo de 2021. En español: El coraje del matiz. Una frase sencilla, pero incómoda. Vivimos en un tiempo que penaliza los matices como si fueran traiciones. Dudar se considera debilidad. La conversación pública se ha vuelto un campo minado: quien no se alinea, molesta. Y quien calla, no siempre otorga. A veces simplemente se protege.
La metáfora de la trinchera, que Garrocho maneja con lucidez, es esencial: no hay nada más conservador que atrincherarse en una postura radical. La trinchera finge ser valiente, pero es refugio. Quien no se atreve a desafiar su punto de vista suele alzar la voz para no oír su propia disonancia. Muchos radicalismos no son otra cosa que inseguridades blindadas.
Esto vale también —y especialmente— para los medios. Garrocho lo advierte: algunos editores ya no escriben para informar, sino para confirmar. No desafían a sus lectores: los reafirman. Es comprensible. Las audiencias fanatizadas exigen lealtades rápidas, no razones lentas. Pero esa lógica contamina el debate, simplifica lo complejo y margina a quien no grita.
Frente a eso, Moderaditos no propone una doctrina, sino una actitud: pensar con otros, no solo contra otros. Ejercer la razón sin aplastar. Escuchar sin perder la voz. Y sí: cambiar de opinión, si las razones lo exigen. Eso no es debilidad. Es lucidez
Hoy, la trinchera vende. Pero la democracia, la cultura y la vida pública no se sostienen en el ruido. Se sostienen en esa forma difícil de coraje que no necesita gritar. En esa forma serena de inteligencia que no teme al desacuerdo. Y en esa forma humilde de valentía que aún se atreve —cuando toca— a pensar por su cuenta.
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