Juan al haberse suspendido la tradicional romería debido al estado de alarma por el Covid-19.EFE/MORELL La lucha contra el coronavirus (Covid-19) se ha sumado hoy a las súplicas que desde el siglo XV los alicantinos han trasladado a la venerada reliquia de la Santa Faz, especialmente durante desastres como sequías, plagas o epidemias.
Como cada segundo jueves después del Domingo de Resurrección, Alicante ha celebrado el día de la Santa Faz, según la tradición Cristiana uno de los pliegues con que la Verónica secó el rostro de Jesús en su camino al monte Calvario y cuya reliquia se venera desde hace 531 años (1489) en el monasterio del mismo nombre, a 8 kilómetros del centro de la ciudad.
Ha sido de puertas hacia dentro por la suspensión de todos unos actos que normalmente son multitudinarios, y ha sido a causa de un nuevo "desastre universal" como es la pandemia del coronavirus, en palabras del obispo, Jesús Murgui, quien ha lanzado el mensaje de que, "entre todos", "vamos a salir de ésta".
Suspendida esta romería que es la segunda más concurrida de España tras el Rocío porque habitualmente la recorren a pie más de 200.000 alicantinos, los actos se han limitado a una misa a puerta cerrada y a una bendición pública en la plaza aledaña, sin fieles aunque transmitida por televisión.
En la bendición, el párroco de Santa Faz, José Luis Casanova, ha subrayado que la reliquia ha sido objeto de súplica durante "sequías, plagas y epidemias" y ha explicado que hoy se pide "una vez más la bendición" para "poner fin y el cese de una situación dolorosa" por el altísimo número de víctimas.
El sacerdote también ha rogado con intensidad a la Santa Faz para que "ilumine para afrontar juntos los efectos económicos y sociales" de la pandemia cuando llegue el día después.
A la bendición a las puertas del viejo caserón que ahora ocupan las Agustinas solo se ha 'colado' una fiel, Dolores de 77 años y que fue 37 años conserje del monasterio. Ha explicado a los periodistas que se ha presentado porque creía que don José Luis (el cura) la había citado, y sin darse cuenta ha sorteado un fuerte dispositivo policial desde su casa, en la cercana calle Verónica.
Ha sido una ceremonia de 15 minutos en la que el obispo ha recordado a aquellos que han perdido la vida por el virus, a sus allegados y también "a los que ayudan a los enfermos, a los ancianos y en cualquier servicio, y a los que hacen labores para la sociedad".
Antes se ha celebrado una misa con solo doce personas además del obispo, del párroco y de las Agustinas, que han cantado: el deán del cabildo (Ramón Egío), los curas de Sant Joan d'Alacant y Mutxamel, el canónigo custodio, el síndico (el concejal Manuel Villar), el caballero custodio (Salvador Laci) y el secretario del ayuntamiento (Gonzalo Canet), además de dos operarios de TV, un fotógrafo y dos miembros del gabinete de prensa y protocolo municipal.
En una jornada atípica por la ausencia de fieles y con la anécdota de que ha saltado brevemente la alarma a la salida de la reliquia del camarín, el fuerte dispositivo de seguridad de las policías Nacional y local ha disuadido a los alicantinos de acercarse al monasterio.
El obispo ha agradecido a las autoridades civiles que a última hora hayan permitido la restringida bendición desde la plaza y ha deseado que, por segunda vez en la historia (solo se suspendió entre 1937 y 1941), "aunque la reliquia no ha entrado a la ciudad, sí en las casas", a través de los medios de comunicación.
La hoy suspendida romería de la Santa Faz conmemora el "milagro de la lágrima", que se remonta al 17 de marzo de 1489 en el barranco de Lloixa, a caballo entre las localidades de Sant Joan y Alicante, donde se sitúa el actual monasterio y desde donde de madrugada se inició una peregrinación a causa de una sequía terrible que azotaba a la huerta y la ciudad.
Según explican las crónicas, "al llegar al pequeño barranco de Lloixa, el portador de la Santa Faz, el fraile Villafranca, sintió tal peso en los brazos que no pudo tenerlos en alto y, quedando sin movimiento en los pies, empezó a dar voces de '¡Socorro!'".
"Paró la procesión con esta novedad y, mientras la gente rodeaba asustada la Sagrada Imagen, vieron todos que del ojo derecho de la reliquia salía una lágrima que, corriendo hasta la mejilla, se paró en ella y creció de manera que no sólo los circundantes, más aún los que se hallaban apartados, la pudieron ver".
Ese día dio inicio a una especial devoción de 531 años entre los alicantinos que se ha mantenido sin excepción hasta hoy, por el cual recorren los casi 8 kilómetros que separan el principal templo de la ciudad, la concatedral de San Nicolás de Bari, y el monasterio.
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