Iván Cebrián. /EPDA El despertar del sentimiento artístico, de la pasión por la obra y de la empatía por su autor, no llega de nacimiento, sino por una afortunada vivencia más o menos temprana. Algunos lo recuerdan como aquella primera melodía, quizá una canción que sonó por la radio, o una lámina de un cuadro de Sorolla en el comedor, y otros, eran tan jóvenes que lo han olvidado. Este bello vínculo no atiende a técnica ni a complejidad, impacta directamente en los sentimientos más profundos.
Citando al maestro de la guitarra flamenca Vicente Amigo, después de dedicar a Paco de Lucia su premio Grammy al mejor álbum flamenco 2001:”hubo un momento clave en mi vida. Yo debía tener unos tres años cuando vi a Paco de Lucía en la tele. Eso me marcó y vi claro que eso era lo que yo quería ser”.
La pasión por la enseñanza, sin embargo, surge como un proceso secundario dentro de la evolución natural del artista, en el afán de compartir conocimientos, de lo bello de pertenecer a una comunidad, de perpetuar una tradición que, sin duda ni condición, nos hace felices y nos completa como intérpretes y creadores.
¿Quiere decir esto que la pedagogía en el arte es una versión fallida o desacertada del artista performativo? No, en absoluto. Es una valiosa especialización, necesaria para la misma perdurabilidad de la materia. No en vano el objetivo del alumno siempre será superar a su maestro, como podemos atestiguar en todos los ámbitos sociales desde los albores de la civilización.
Lamentablemente, el tiempo es finito, y el oficio de la enseñanza a tiempo completo no es totalmente compatible con el desarrollo del músico performativo. Para el correcto orden y gestión de los centros de enseñanza musical, ya sean públicos o privados, es habitual la restricción de sustituciones o cambios de horario al profesorado, con lo que hacer giras de conciertos o programar eventos en ciertas fechas pasa a ser algo inviable.
Esta problemática, a menudo obviada, genera una grave disrupción en la misma naturaleza de la profesión y la misma esencia del artista. ¿Qué sentido tiene enseñar algo que, en el mejor de los casos, se te niega desde tu mismo oficio? O, dicho de otra manera, ¿Sería posible enseñar a una concertista sin serlo, a un pintor sin haber pintado, a una joven estudiante de arquitectura sin haber ejercido?
Recordemos que la enseñanza no se basa en la simple transmisión de conocimientos, para eso ya tenemos los libros. El alumnado necesita motivación, referentes, ejemplos con los que empatizar, que hayan recorrido parte del camino y sigan en ello, para ofrecer conocimiento, apoyo y experiencia.
El profesorado necesita alicientes y ayuda para estar activo, actualizado, motivado y conectado con las nuevas generaciones. Si perpetuamos esta falta de sincronía entre las emociones y el oficio de la enseñanza artística, me temo que la desilusión por parte del alumnado sin referente y el profesor desalentado, pueden dar como resultado aulas vacías.
Afortunadamente, aún tenemos tiempo y energía para solucionarlo.
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