Juan Vicente YagoUno de cada seis universitarios valencianos no acaba la
carrera, y en toda España son uno de cada cinco. Es un porcentaje desmesurado,
escandaloso, absolutamente inverosímil si tenemos en cuenta que se trata de
chavales que han pasado la infancia jugando al Fortnite y a otros muchos juegos informáticos que, según tienen
demostrado los científicos, dejan la mollera hecha un primor.
Por eso, y porque
a base de fijar su mente durante días enteros en unas pantallas diminutas han
conseguido inmunizarla contra cualquier distracción, resulta inexplicable que
la universidad suponga para ellos, desde sus mismos inicios, un obstáculo
insuperable.
No se sabe a ciencia cierta si el fallo está en los contenidos de
la secundaria obligatoria, si los jóvenes llegan a la universidad mal
orientados o si les exigen esfuerzos titánicos, pero el caso es que uno de cada
seis estudiantes en Valencia y uno de cada cinco en España encuentra insalvable
de toda insalvabilidad el desnivel que hay entre la enseñanza secundaria y la
universitaria.
No acaban la carrera, se rinden, abandonan; o empiezan un
periplo dramático de facultad en facultad, sufriendo una vez y otra la
humillación de comprobar que no son capaces de asimilar nada con la debida
suficiencia.
Luego, ya sin autoestima ninguna, desisten de su idealismo
primigenio y toman el camino, más hacedero y práctico, de alguna formación
profesional, con lo que una parte del abatido pelotón arriba sin mayores
descalabros al concurrido puerto del trabajo.
Queda, sin embargo, la parte más
vulnerable: aquéllos que tampoco logran dominar el temario de la profesionalidad
y se hunden, consternados, en el aniquilamiento del oficio azaroso. Rúan y se
despean, aturdidos, desengañados, beodos, voceando habilidades traspasadas o
inventadas; abren el zaquizamí clandestino, fundan el negociete abisal, practican
el remiendo a deshora; y si la necesidad o el capricho aprietan hacen la visita
nocturna, gatopardesca, de sombra en sombra y silbido para dentro, al camello
de guardia, inaugurándose intoxicadores al por menor de lo propio y lo ajeno.
Es el grandísimo desnivel en cuya parte inferior están los proyectos y las perogrulladas,
el caldo gordo a los padres y la ignorancia cooperativa, el miedo a perder
alumnos y la novedad a ultranza, la enajenación táctil y el abandono de la
escritura manual, el bufonismo docente y la directiva inquietante, mientras que
arriba se mantiene la curiosidad universitaria por el saber, la exigencia inherente
al aprendizaje superior y el carácter vanguardista, en las fronteras del
conocimiento, de la cátedra y la investigación. Retumban, al fondo, los truenos
de la natalofobia y el fragor espantable de muchos colegios en falso.
*Puedes contactar con el autor escribiendo al correo juviyama@hotmail.com
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