Enric VallsAcude a consulta un niño de diez años de edad por petición de la abuela ya que presenta conductas agresivas en casa. Hace escasamente un año y medio falleció su madre a causa de cáncer de mama, tras un año de enfermedad. Hablar de su madre le causa mucho dolor. Afirma que a veces se comporta de forma agresiva por la rabia y tristeza que siente ante la sensación de abandono por parte de su padre.
Durante el transcurso de la vida, cada ser humano sufre el duelo por alguna pérdida. Se trata de una ineludible experiencia que conduce a situaciones de sufrimiento pero que por otro lado, puede ser también una oportunidad de desarrollo.
El término “duelo”, deriva del latín y equivale a dolor. Payás (2007), define el duelo como “la respuesta natural a la pérdida de cualquier persona, cosa o valor con la que se ha construido un vínculo afectivo […] se trata de un proceso natural y humano y no de una enfermedad que haya que evitar o de la que haya que curarse”.
Según Echeburúa y Herrán (2007) en un duelo normal, los síntomas comunes son la tristeza, la culpa y la soledad. También se puede sentir desinterés por la relación con el mundo exterior. La personalidad, el apego con el fallecido y las circunstancias de la muerte determinan la intensidad de los síntomas que suelen desaparecer gradualmente, desde los seis meses hasta un año.
La diferencia entre un duelo normal y patológico, se detecta cuando las reacciones emocionales son tan intensas que impiden el buen funcionamiento de la persona por sufrir síntomas infrecuentes como pensamientos suicidas recurrentes y alucinaciones auditivas o visuales con el fallecido.
Al igual que los adultos, los niños sufren la pérdida de un ser querido como algo doloroso que conlleva una serie de síntomas negativos que pueden derivar en estados de ansiedad o depresión (Lutzke, Ayers, Sandler, y Barr, 1997).
Por el contrario, Mhaler (1984), especifica que los niños no padecen depresión debido a su inmadurez pero sí experimentan sentimientos de aflicción. Worden (2013) postula que cualquier niño puede elaborar el duelo correctamente, siempre que se ajuste un modelo de duelo específico para una edad temprana, evitando seguir un modelo de adulto.
En ocasiones se observa un comportamiento ambivalente en los niños a causa de los mecanismos de negación que se imponen. Tras un hecho tan traumático, la reacción más común es la pena y el malestar pero a la vez, son capaces de contenerse y tener la capacidad de disfrutar de los momentos agradables sin expresar aparentemente el dolor (Gamo y Pazos, 2009).
Según los 124 casos que analizaron Villanueva y García (2000) en su investigación sobre las sintomatologías del duelo infantil, el 20% de niños sufrían fracaso escolar, un 31% trastornos del comportamiento, y un 15% indicios de un cuadro depresivo, de ansiedad y quejas somáticas. El duelo patológico podría situarse en torno a un 28%.
A continuación, se revisa qué supone la idea de muerte en los niños ya que se encuentran diferencias significativas en la comprensión de la muerte según la edad de un individuo.
Los niños menores de 3 años a causa de su inmadurez en la percepción del tiempo y el espacio, no tienen interiorizado el término de muerte. Ellos entienden como muerte la ausencia de alguien. Esto les supone una amenaza en la seguridad pero nada más allá.
Los niños entre los 3 y 5 años creen en la muerte como un sueño duradero. A pesar de poder diferenciar algo vivo de algo muerto, estos conceptos aparecen como procesos intercambiables. Al final de este periodo saben que es algo inevitable.
Los niños entre los 6 y 8 años logran interpretarla, la conciben como algo externo que ocurre por diferentes causas y es casi improbable que puedan llegar a imaginar su muerte o la de cualquier familiar.
Los niños entre los 9 y 10 años tienen conocimiento de que la muerte es universal e inevitable. Además, pueden mostrarse débiles ya que saben que es algo que les puede suceder a ellos mismos.
Los niños de 11 años en adelante conceptualizan su filosofía de vida y con ello, desarrollan su idea de muerte. Se comprende lo que supone la muerte para su futura vida ocasionándoles angustia y pensamientos obsesivos ante la negación de esta realidad.
Por eso mismo, cada niño manifiesta distintas reacciones emocionales ante un duelo dependiendo de su grado de madurez y desarrollo cognitivo.
En la evaluación con los niños, el terapeuta debe ser conocedor a través de entrevistas, de cómo se vivió el momento del fallecimiento, las vivencias que ha experimentado, la personalidad, las respuestas al estrés, el estilo de vida y la capacidad de adaptación que tiene.
Villanueva y García (2000) también señalan la importancia de la intervención con los padres. El trabajo que se puede realizar entre terapeutas, padres e hijos es muy enriquecedor y proporciona mucha información, claridad y fortalece los recursos de cada uno. Además de esto, el estrés que pueda tener el menor suele ser inferior por el apoyo percibido.
La seguridad de un niño se reduce ante la muerte de su progenitor. Estos acontecimientos son en la mayoría de los casos traumáticos. Lozano y Chaskel (2009) revelan que según las estadísticas mundiales, antes de los 15 años, el 4% de los hijos sufre la pérdida de un padre. En Estados Unidos la estimación es de un 3,5% para aquellos jóvenes menores de 18 años. Ante esta realidad, el contacto con un profesional es de gran ayuda para los niños ya que se ven en una situación desconocida y tienen la necesidad de aclararla y comprenderla de la manera más estable posible.
El objetivo de la intervención en el duelo es adaptarse a la vida cotidiana recordando al fallecido sin que la memoria de este asedie la continuación de la persona con su vida anterior.
Cuando una persona en duelo tiene problemas para adaptarse a su vida anterior, en la gran mayoría de los casos, comprometerse a una intervención psicológica, puede ser beneficioso para solucionar las necesidades y obtener el bienestar personal. Cuando el duelo se complica es recomendable intervenir para que no se cronifique.
La pérdida de un ser querido es una vivencia que afecta a todas las personas. En el caso de no resolver el duelo de una manera adecuada, las repercusiones pueden ser negativas impidiendo el desarrollo.
Según Fonegra (2001), bloquear las emociones con antidepresivos o tranquilizantes es perjudicial ya que impide reaccionar de forma natural. Por ello, es tan importante afrontar la muerte.
No dudes en acudir a un profesional si padeces o conoces a alguien que lo padezca.
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