Vicente MontoroEl
otro día paré a tomar una cerveza y a conversar con el dueño de
uno de los restaurantes con mayor afluencia de gente de Dénia. Su
cara era totalmente diferente a la que mostraba hace exactamente un
mes: «¡ya están aquí!».
José
hablaba de los madrileños,
a los que tanto ha echado de menos. Estuvo a punto de echar el
cierre, pero la noticia de que el estado de alarma decaería el 9 de
mayo y no habría legislación suficiente para cerrar la Comunidad
Valenciana, lo llenaron de optimismo. Y así fue: ahora no da a basto
ningún fin de semana.
También
se ve algún extremeño y algún manchego, pero, sobre todo,
madrileños. Y es que llevan más de medio año soñando con este
momento.
Y
es que se cerró
la Comunidad Valenciana hasta el último momento, cuando el cierre
perimetral no ha demostrado, en ningún momento, su eficacia. Durante
las vacaciones de Navidad lo comprobamos, alcanzando los más de
1.500 casos por cada cien mil habitantes, habiendo sido la única
región con las fronteras terrestres cerradas. Batimos récords, pero
en negativo, y Ximo Puig parece no acordarse de ello.
Y
es que también
se cerró todo lo que posibilitara el contacto social a partir del
mes de enero y hasta marzo, asfixiando a los hosteleros, pequeños
comercios, autónomos, sector fitness y demás que hubieron de bajar
la persiana por un capricho ideológico y sectario.
Sin
embargo, la salida de las restricciones ha demostrado que no era así.
La hostelería no tuvo la culpa de los incrementos de casos en el
periodo navideño ni la juventud la tuvo en verano, pero el Consell
tenía que buscar un chivo expiatorio para justificar la
implementación de unas medidas más que sobrepasadas.
Pero
los madrileños
ya están aquí. Los extremeños, los vascos, los catalanes, los
cántabros, los isleños, los andaluces, en definitiva, ya somos, de
nuevo, territorio accesible por todos los españoles. «¡Y qué
ganas teníamos!», me comenta Jose. Y sigue preguntándome por qué
se alentó y promovió esa campaña anti-madrileña desde las altas
instancias de las instituciones públicas. Dice no entender nada si
toda la costa, en gran parte, vive gracias a ellos. Y, bueno: esas
casi 327.000 segundas residencias en la provincia de Alicante o las
casi 224.000 que hay en la provincia de Valencia cuyos propietarios
fueron privados de poder disfrutar de ellas, pero por las que sí han
estado pagando impuestos: ¿algún ayuntamiento ha pensado en
devolverles un mísero euro en impuestos?
Y
lo más dramático es que la población
valenciana compró la campaña que culpaba a los madrileños de todos
los males epidemiológicos de España y, sobre todo, acató tanto
ataque contra la presidenta madrileña en un intento desesperado de
justificar las medidas que se aplicaban en el territorio valenciano y
mientras cientos de personas llenaban las colas del paro. Cualquiera
tenía miedo a que algún cercano fuese a Madrid, aunque tuviese
cualquier movimiento más que justificado. Una campaña con éxito
entre la población que hizo de los canales de la Generalitat el
medio para informarse de lo acontecido.
«Que
vengan y no dejen de venir»; «les necesitamos», decía Jose
mientras sacaba el datáfono para cobrarse la cerveza y despedirme
con esperanza e ilusión.
Ximo
Puig debería
entonar un mea
culpa,
aceptando que se equivocó al culpabilizar a la sociedad madrileña;
e invitándoles a venir y llenar nuestras calles, terrazas, teatros y
playas.
Porque
es así:
madrileños, españoles; sois más que bienvenidos a la Comunidad
Valenciana. Y es que los valencianos no merecemos estos gobernantes
que solo tratan de ahogarnos más y más con restricciones absurdas,
incoherentes, ineficaces y lesivas para todo nuestro tejido social y
empresarial. Más modelo IDA de libertad y prosperidad; y menos
desastre del peluquín y sus socios enamorados de las cadenas y la
ruina.
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