Vicente Almenar
Todos los pueblos y ciudades
donde llega este periódico quincenal, viven bajo el influjo más que milenario
de las costumbres y ritos de la cristiandad. Además de las fiestas paganas
todos celebran a sus Patrones, Santos y demás, haciendo la vecindad usos
múltiples durante su vida de la que es su parroquia de origen. Y hoy uno de
marzo de 2013, la silla del sucesor de San Pedro ha quedado vacía desde ayer
28 de febrero a las 20 horas, debido a la renuncia voluntaria de Benedicto
XVI, obispo de Roma desde abril de 2005, suceso éste que no se producía en los
últimos 6 siglos.
Cuando cunde el desánimo en
la sociedad de todo el mundo, derivados de altos niveles de crispación ciudadana
generados por las continuas noticias que nos ofrecen los medios de comunicación,
inundando de desesperanza todos los sectores, hogares y personas, una persona
de la talla humana como Joseph Ratzinger, plagado de grandes virtudes, como la
sencillez y la humildad, y dotado de un intelecto fuera de lo normal entre los
más grandes de la Iglesia, tras una profunda reflexión, nos presenta una
dimisión por nadie esperada, basada en una doble condición.
Por un lado, desde la opción
más grande con que cuenta el género humano, la libertad individual, sin presión
de nada ni nadie, decide dejar el pontificado, el cual bien saben los que lo
conocen de cerca, nunca deseo, como cuenta en un libro reciente su hermano
también sacerdote. Ni deseó ser nunca Pastor de la Iglesia de Roma, ni siquiera
estar en la ciudad del Vaticano, pues cuando su antecesor, el Papa más
carismático para las nuevas generaciones, la juventud, que ha dado la
historia, Juan Pablo II, impulsor de las jornadas de las Juventudes que se
celebraron las últimas en Madrid en 2011 y este verano próximo se celebrarán
en Brasil ya con un nuevo Santo Padre, le llamó a Roma para pedirle que
abandonase el obispado de Munich en la Baviera alemana, su tierra, Ratzinger
le dijo que no tenía ningun deseo de hacerlo a lo que el Papa polaco, le
contestó que la Iglesia así lo necesitaba.
Y en segundo lugar, Ratzinger
abandona el cargo “por el bien de la Iglesia”. En su breve y magnífico escrito
de renuncia, hace un enorme ejercicio de sinceridad y nos dice que tanto
físicamente como espiritualmente no se encuentra con las fuerzas suficientes
para llevar el remo de la nave Santa que hoy necesita el mundo. Un “bien de la
Iglesia “que podría significar muchas cosas. Por un lado la voluntad de
evitarle a todos unas circunstancias similares a las vividas durante el papado
Karol Wojtyla, marcados por una enfermedad vivida digna pero dolorosamente en público.
Por eso en su última Misa de un miércoles de ceniza en su pontificado, el pasado
13 de febrero, él denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que
quiere aparecer, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación.
Desear por último por el
bien de la mayoría católica de nuestro pais y del mundo cristiano en general,
que en el próximo cónclave a celebrar en los próximos días, los cardenales
apuesten por un nuevo Papa que ayude a la humanidad a llevar con esperanza, fe
en la persona y dignidad acrecentada a ayudar a solventar los grandes males,
como las guerras, el hambre y la pobreza para construir un mundo más justo, más
igualitario y más libre.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia