Javi González La pandemia ha azotado fuerte a todos los sectores, pero si hay uno en especial que ha sido maltratado, ese ha sido el de las ganaderías bravas. En la Comunitat la consellera de Agricultura, Mireia Mollà, concedió ayudas a todas las ganaderías menos a las que se dedican a la cría de reses bravas, haciendo alarde de su poder sectario. Repartieron las ayudas entre las ganaderías que continuaban su actividad (las de alimentación), precisamente las que no cesaron su actividad. Tan incongruente como todo lo que hace esta bazofia de régimen.
Pero como esto es España, se les permite, se les paga y hasta se le vitorea al político que más insulte y ataque a nuestro país. Ahí está Garzón, el ministro de Consumo, aseverando que la carne de las ganaderías españolas es de mala calidad. Pero no pasa nada. Sabe que la Revolución Francesa es ya historia y que no le cortarán la cabeza como a Luis XVI. Vivimos tiempos de sociedades dormidas por la incultura, aborregadas y dóciles, sociedades fáciles de ser robadas, expoliadas, humilladas, alienadas, sin que haya un mínimo gesto de rebeldía.
No se puede permitir que desde las altas esferas se maltrate al sector taurino. Que estos dos impresentables estén en el poder, uno en el Gobierno de España, y la otra en la Generalitat, manifiesta que los españoles no votaron un gobierno tecnocrático, y que la ideología es muy importante, por lo que tenemos un serio problema.
Los ganaderos, los impulsores del mundo rural, que cuidan a los animales 24 horas al día los 365 días del año, ahora tienen que aguantar a estos ineptos. Se nos olvida que el toro es EL REY, que es la base, que vive en un estado prácticamente primitivo, libre y salvaje en su hábitat natural y en un ecosistema feraz del que no disfruta ningún animal. El toro goza de un trato por parte del hombre que deberían conocer no sólo el Garzón y Mollà, sino también los antitaurinos y los ecologistas que abogan por la supresión de la Fiesta.
En una sociedad democrática madura hay pluralidad de ideas, opiniones y sentimientos culturales y hemos de saber convivir todos en ellas. Estar continuamente pensando en cómo prohibir a los demás que ejerzan su derecho a la libertad cultural, bien atacando a nuestros festejos, o bien atacando a las ganaderías, revela un ánimo censor que es muy perjudicial para la convivencia. Y la censura sí que no es cultura.
Se necesita una clase política que, al menos, conozca su cultura. Como dijo el psicólogo y el escritor americano, Wayne Dyer, “El nivel más alto de ignorancia es rechazar algo de lo que no se sabe nada”.
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