Francisco José Adán.
Crucé el pórtico que me
trasladaba a tiempos remotos, donde cúpulas de cristal daban paso a salas de
colores y sentimientos, trazados con maestría a lo largo de los siglos por
genios que intentaron, y consiguieron, transmitir al futuro las intrínsecas
emociones humanas relacionadas con el amor, la fe, la vida y la muerte y la
libertad.
El museo del Prado no deja
de ser uno de los referentes museísticos más importantes del mundo y por ello
grandes como Velázquez, Goya, Rubens, Greco, Rafael, etc, tienen sus obras de
arte expuestas allí.
Tras pagar 14 € de entrada
mínima, pasas a poder disfrutar de las múltiples salas que acogen con
sobrecogedor misterio esas intimas pinceladas. La sensación mejor que puedes
tener es la de estar perdido y no tener prisa, aunque da igual, el Prado no te
lo acabas en un día, a no ser que engullas sin prestar la debida atención, la
inmensa cantidad de cuadros.
Cada lienzo, por aséptico
que parezca, contiene un mensaje que su autor quiere transmitirnos, y requiere
de un tiempo el atenderlo ya sea para esa meta de comunicación emocional, ya
sea para darte cuenta de esos pequeños detalles que, fotográficamente, el
autor intenta plasmar a través de su pincel.
Qué duda cabe que quizá
Goya sea uno de los autores donde más he apreciado un cambio radical, de la
luminosidad de los cuadros costumbristas, al dramatismo de los lienzos
históricos, al tenebrismo de sus pinturas negras donde la oscuridad y las
caras desencajadas irrumpen hasta en los títulos más festivos.
El sentimiento religioso
también es una constante en la colección pictórica así como la mitología que, a
través del medievo, renacimiento y barroco, hacen su aparición hasta que
irrumpe el romanticismo en busca de la libertad.
La libertad lleva a la
democracia. Un paseo por el prado nos hace recordar la sangre vertida por
nuestros antepasados en defensa de su fe, de su imperio o de sus ideales y nos
hacen recordar que uno es lo que hace y no lo que dice.
Nos recuerda que valores
como los ya dichos (libertad, fe o patriotismo) desde siempre hasta hoy,
monopolizados por una o unas personas, son patrimonio de cada individuo y
depende de él, con su obrar, el hacerse merecedor de ellos.
Y nos recuerda también,
finalmente, que si eres capaz de ver en el otro esos valores que crees
patrimonio personal, posiblemente estés muy cerca de hacerte merecedor de
alguno de ellos.
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