Carlos Gil.
Llevo
ya una semana pensando en escribir este artículo y voy a mantenerme
en esta idea resistiendo la gran tentación que supone el
apalancamiento de Pedro Sánchez, el carajal interno del PSOE o la
pre-confirmación de que no andaba yo tan equivocado cuando apostaba
porque no habría terceras elecciones. Al fin y al cabo, a nadie le
gusta oír disparos en la casa del vecino, por mala relación de
vecindad que se pueda tener con él, y es mejor dejar los comentarios
para cuando se encauce una solución al conflicto.
Hace
una semana, distintos medios de comunicación, algunos bien valorados
por el EGM, dedicaban parte de los contenidos de su programación
deportiva a la tristeza de Daniel Parejo, jugador del Valencia CF, a
quien, en la calle, alguien había llamado "perro"
acusándole de no correr lo suficiente, ante los pésimos resultados
del equipo. Me preocupó que se dedicase tiempo de información a
este tema, aunque debo reconocer que me preocupa más cuando lo
dedican a contarnos quien subió primero al autobús o que
desayunaron la mañana anterior al partido. Pero mi indignación fue
aumentando a medida que percibía el interés del periodista en
defender la integridad moral del jugador.
Vaya
por delante que no me parece bien ningún tipo de agresión verbal,
menos aún física, pero no entiendo porqué hay diferentes varas de
medir según quien sea el insultado. El Sr. Parejo tiene un sueldo de
dos millones y medio por temporada, esto vienen a ser más de 6.800
euros por día, que es más de lo que cobra, en un mes, el presidente
del Gobierno de España, e infinitamente más de lo que cobramos
muchos "alcaldes de sueldo cero". Ni de lejos se me va a
ocurrir justificar el insulto con su retribución, pero ¿por qué
nadie se indigna cuando se insulta, gratuitamente y sin fundamento
alguno, a tantas personas que asumen una responsabilidad a cambio de
dejar su tiempo y su esfuerzo en la gestión local?
Dedicarse
a la política es, hoy, sinónimo de ser corrupto. Así nos lo
tenemos que oír por la calle (y en otros lugares de lo más
insospechados), con independencia del color político que defendamos.
Cierto es que, a la política, no se puede venir a buscar el aplauso,
sino más bien todo lo contrario. Si los resultados son buenos, estás
haciendo aquello que se te encargó y, si lo haces mal, nadie tiene
porqué aplaudirte. Pero de ahí, a tener que soportar insultos o
agresiones hay un largo camino que nunca se debe transitar. A ver si
aprendemos, de una vez, a medir todo con el mismo rasero porque el
secreto de la convivencia está en saber mantener bien el equilibrio.
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