Viendo, leyendo u oyendo cualquier medio informativo, quedan pocas dudas de que el apocalipsis está cerca. Cuando regresen los habitantes de la Estación Espacial Internacional pueden encontrarse un planeta desierto de vida humana o, al menos, solo eso cabe esperar tras la situación apocalíptica y confusa hasta el extremo que nuestros gobernantes nacionales y autonómicos han dejado entrever a principios de esta semana.
En ningún caso, pretendo posicionarme en contra de que se tomen las medidas que se considere necesarias para atajar la evolución del virus, pero que sean coherentes en tiempo y en forma. Sobre todo, en tiempo. Me duele pensar que debo dar la razón a quienes pronosticaron que las fallas se suspenderían el 9 o el 10 de marzo, una vez pasada la celebración del 8-M. En su momento, los consideré unos malpensados. Hoy tengo que darles la razón.
El proceso de contagio del virus más famoso de todos los virus es tan peligroso hoy como lo era el pasado sábado. Puede haber motivos para aplazar las fallas, no lo dudo, pero ya los había con anterioridad y nadie quiso tomar medidas para no estropear la gran convocatoria de la izquierda en el 8-M. Para entonces, el peligro era previsible. No en vano, Mestalla ya llevaba diez días sabiendo que el partido de Champions se jugaría a puerta cerrada.
En una escala de valores, siempre debe situarse la salud por encima de la economía, pero el perjuicio económico que se ha causado a numerosos sectores en la provincia de Valencia no tiene justificación alguna. Aplazar las fallas, un diez de marzo, tras haber celebrado once mascletàs, una cabalgata del ninot, una crida, y un primer fin de semana fallero carece de sentido alguno. Solo demuestra una falta de sensibilidad equidistante entre el daño económico y social que se hace a la provincia de Valencia y el desprecio a las normas fundamentales de protección de salud pública que hace ya días venían anunciando lo que iba a pasar.
Confiemos en que esta imprudencia deliberada no tenga consecuencias graves. Con la serenidad necesaria y la confianza en que el virus no sea tan dañino como algunas medidas quieren hacer ver, podremos hacer que esto quede como un episodio a recordar como algo anecdótico. Así conseguiremos que, en unos meses, la normalidad vuelva a ser la tónica dominante y podamos disfrutar de unas fallas más calurosas que de costumbre pero tan significativas como siempre. Será la mejor prueba de que el apocalipsis tendrá que esperar y que, por suerte, los habitantes del espacio no encontrarán a su regreso, al más puro estilo Charlton Heston, un planeta habitado por simios con una meditadora medio enterrada en la arena.
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