Javier González. Que
la Comunitat Valenciana celebre casi diez mil festejos anuales no es
una cifra baladí. Denota que los bous al carrer es una tradición
potente, resistente frente a las adversidades. Un dato que cobra
mayor importancia si tenemos en cuenta que los medios de comunicación
omiten, ocultan y manipulan. Claro ejemplo es À Punt, que alardea de
ser “la televisió de tots el valencians”; La de todos menos la
de los 267 municipios de la Comunitat que celebran festejos. Cifras
refulgentes que algunos se resisten a ver. Los medios y el lobby se
han encarnizado en esconder y desdeñar una tradición milenaria,
intrínseca de nuestra tierra. Muchos de estos colectivos son afines
a partidos y entidades con intereses lucrativos. Es decir, títeres
que abusan del derecho a la libertad que garantiza nuestra
constitución y que, como apuntó el filósofo Jean-Paul Sartre,
muchas veces donde empieza la libertad de unos, acaba la de otros.
Aunque también es cierto que el problema muchas veces de es el
desconocimiento que se tiene de la fiesta. Como dijo Óscar Wilde
"sólo se ama lo que se conoce". Empero también los hay
ignorantes y lerdos a conciencia. Estos, que se pregunten por qué
otros espectadores no sienten lo mismo que ellos.
A
pesar de todo, la fiesta vive su época de oro, va in crescendo, pues
es una fiesta que no entiende de ideologías. Ahí está el secreto
de su supervivencia.
Y
es que los toros son cultura en sí, por su capacidad de transmitir
emociones. Ya lo decía García Lorca -por cierto republicano-, los
toros es "la fiesta más culta que hay en el mundo". Culta
y real, porque no es un espectáculo de fantasías, sino que aquí
todo sucede de verdad y los actores, en este caso los rodadores y
participantes, a veces, mueren.
No
hay que obviar tampoco el impacto económico, ni las cientos de
ganaderías autóctonas que viven de ello y que, además, contribuyen
a evitar la despoblación de las zonas rurales. Precisamente aquí
hay que destacar el gran valor ecológico de los toros, que en muchas
de las ganaderías pastan en la montaña y previenen incendios y
protegen a otras especies animales y vegetales en peligro de
extinción.
Por
todo esto, no deja de asombrarme cómo existen mandatarios que
incumplen el deber constitucional de protección y promoción de la
fiesta. Que un alcalde plantee una prohibición implica retroceder en
el concepto de libertad y concebir una acción de gobierno como
restrictiva e intervencionista. Porque la fiesta taurina es pura e
íntegra y ha perdurado siempre de manera legal y libre, porque la
libertad no se negocia, sencillamente se ejerce.
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