Congreso de los Diputados. /EPDASi hay una verdad que la política española ha demostrado una y otra vez es que no todos los territorios pesan igual en Madrid.
Cataluña y el País Vasco supieron convertir el poder territorial en influencia estatal. Valencia, en cambio, jamás lo consiguió.
Lo que algunos dirigentes llamaron “poder valenciano” fue, en realidad, un espejismo, un simulacro de influencia que nunca llegó ni remotamente al nivel de CiU o del PNV.
🔹 Zaplana: el precursor de un “poder” inventado
Eduardo Zaplana fue el primero en intuir que, si no había un poder valenciano real, podía crearlo a golpe de relato.
Su ascenso en el PP, su presencia en Madrid y su habilidad para tejer relaciones mediáticas construyeron la ilusión de que existía una “corte valenciana” capaz de mover hilos. Mentira.
La realidad era mucho más simple:
➡ Zaplana tenía ambición, no un territorio detrás.
➡ Carecía de un aparato cohesionado como el catalán.
➡ Valencia no actuaba como bloque dentro del Estado.
El “poder valenciano” fue él mismo. En cuanto él cayó políticamente, la supuesta estructura desapareció como humo. Propaganda y paniaguados.
🔹 El PSOE y su intento fallido con Ábalos
Décadas después, el PSOE intentó reproducir la fórmula:
Convertir a José Luis Ábalos en un “valenciano fuerte” en Madrid.
Secretario de Organización, ministro con uno de los mayores presupuestos del Estado, figura clave en La Moncloa… Nada. Miraba por sus intereses.
Durante un breve periodo, los socialistas vendieron que por fin había un valenciano en el centro del poder nacional.
Pero otra vez, la historia se repitió: no había territorio, no había bloque, no había agenda valenciana.
Solo había un dirigente individual cuya influencia se evaporó cuando dejó de tener el favor del presidente. Lo más valenciano que se le puede atribuir es el berlanguiano ‘Todos a la cárcel’.
🔥 ¿Por qué el “poder valenciano” no existe? Comparativa clara
1️⃣ El caso Pujol (CiU): poder real, no decorativo
Jordi Pujol convirtió a CiU en una máquina de influencia estatal:
• Condicionaba mayorías parlamentarias.
• Negociaba competencias a cambio de estabilidad.
• Cataluña tenía una agenda territorial clara y homogénea.
• El aparato convergente funcionaba como un Estado dentro del Estado.
Pujol no dependía de un relato para tener poder; su poder era estructural, no simbólico.
2️⃣ Arzalluz y el PNV: el arte de negociar sin venderse
El PNV, con Xabier Arzalluz al frente, jugaba a un nivel aún mayor:
• Conseguía pactos a largo plazo.
• No se subordinaba a Madrid, lo utilizaba.
• Euskadi tenía una identidad política cohesiva basada en gobierno, fiscalidad propia y estrategia común.
Arzalluz representaba un poder territorial verdadero, con raíces históricas y disciplinarias.
No necesitaba inventarse influencia: la tenía.
3️⃣ Valencia: potencia demográfica, debilidad política
Paradójicamente, la Comunitat Valenciana es una de las regiones más pobladas de España… pero políticamente irrelevante a nivel estatal.
¿Por qué?
• No hay un nacionalismo valenciano fuerte que unifique agenda. Compromís regaló sus votos al PSOE para tirar a Rajoy y han apuntalado a Pedro Sánchez sin nada para esta nuestra Comunidad. La nadería
• PP y PSOE valencianos siempre han sido delegaciones, nunca centros de poder.
• Los líderes valencianos triunfan en Madrid solo cuando dejan de ser valencianos políticamente. O cierran Canal 9.
Mientras Cataluña y el País Vasco actuaban como territorios con proyecto, Valencia actuaba como territorio administrado.
📌 Conclusión: el “poder valenciano” fue una fantasía útil
Ni Zaplana ni Ábalos pudieron construir algo equivalente a lo que representaron Pujol o Arzalluz.
El primero creó un relato personal.
El segundo fue un intento del PSOE de vender influencia donde no la había.
Cataluña y Euskadi ejercieron un poder real.
Valencia solo ha ofrecido figuras individuales sin respaldo territorial.
Mientras tanto, Cataluña tenía a CiU negociando España.
Euskadi tenía al PNV decidiendo gobiernos.
Y Valencia tenía… titulares y poco más.
Hasta ahora, el “poder valenciano” es más una frase hueca que una realidad política. Y la historia demuestra que, sin proyecto territorial, seguirá siéndolo.
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