Antonio Murgui y Manel Alonso. Foto: EPDA.
Hay muchas formas de
presentar un libro, de hecho incluso últimamente se han puesto de moda los
trailers para vender lecturas a través de Internet. Esa prisa, esa velocidad,
que parece el gran emblema de nuestro tiempo, no es algo que afecte a este
tranquilo profesor que un buen día descubrió que su afición también podía ser
compartida por otros y pasó de la teoría a la práctica, de impartir clases de
literatura a escribir.
Y últimamente hasta
publica y todo, gracias sobre todo a la persistencia de Manel Alonso, aquel
poeta, editor, escritor y hasta amigo que un buen día se atrevió a realizarle
algunas puntualizaciones a su manuscrito, que Antonio le había hecho llegar
para someterlo a su consideración.
¿El resultado? El
manuscrito, titulado por aquel entonces Negresco, durmió el sueño de los justos
en un cajón cualquiera; quizá no olvidado, pero sí desde luego aparcada la
ilusión de verlo un día publicado. Aquel lejano premio obtenido en 1994,
precisamente en un concurso de relatos breves en El Puig, había avivado la
llama de la creación literaria… pero una cosa es sentarse tranquilamente a
escribir y otra lograr publicar.
Pero, ya lo hemos dicho,
Manel es un tipo persistente.
Tanto que, años después,
ya como responsable de una editorial, llamó a Antonio, recuperó el original, le
animó a podarlo a conciencia y de aquel voluminoso Negresco nació este
entrañable Los libros mojados, un título muy romántico en una época en la que
los lectores de e-books han clonado todas las publicaciones y ya no existe ni
el diseño, ni el tamaño, ni el tacto del papel, ni, en fin, el romanticismo de hacer
anotaciones en el borde de las páginas.
De todo ello hablaron
Manel y Antonio en la Casa de Cultura de Puçol, una tarde de un viernes de
octubre, durante un acto de presentación que no se parecía a otros, tan serios
ellos.
Tras una introducción
debidamente ensayada y previamente escrita —de hecho, el texto ya se utilizó en
una presentación similar en El Puig—, Manel cedió la palabra al autor, quien,
rodeado de su familia y de algunos de sus alumnos, disfrutó explicando los
orígenes y las tramas de Los libros mojados: su homenaje a la emigración de los
años 60, la soledad, la enfermedad, la vejez, la memoria, la familia, la
escuela y el pueblo.
Muchos temas para una
breve explicación… así que Antonio pronto prefirió dejar la palabra al público.
Y nunca mejor dicho.
En vez de hablar él, dejó
que hablase su obra. Y como un libro no tiene voz hasta que alguien se la pone,
¿quién mejor que sus propias alumnas para leer algunos fragmentos del presente
en la novela? ¿Y quién mejor que su mujer, Meritxell, para declamar algunas
páginas del pasado, de ese viaje a su infancia que realiza el protagonista?
Y así, entre lecturas más
o menos nerviosas, más o menos entonadas, el profesor Murgui pudo disfrutar de
una presentación muy alejada de la que habría hecho César Frías, ese asesor de
algún oscuro ministerio que ha sacrificado su familia, el amor y su vida en pos
de un triunfo que queda perfectamente reflejado por su nombre: César Frías. El símbolo
del poder en la vieja Roma y el sentimiento que mejor recoge su vida actual, la
frialdad.
De hecho, las lecturas de
Esther y Noelia, sus dos alumnas en Santa María del Puig, le devolvieron la
sonrisa y la tranquilidad, se sentía como en clase, tranquilo, enseñando sin
enseñar, disfrutando con una buena obra. Y la lectura final de Meritxell le
hizo, por fin, sentirse como en casa.
Tanto, que aprovechó para
realizar algunas confidencias, así, entre amigos y familiares.
Y nos confesó que la
segunda parte de Los libros mojados ya está en marcha… y en realidad no es una
segunda parte, sino una recuperación de gran parte de aquellos capítulos que
tuvo que podar para que Negresco se transformara en su primera obra publicada...
“A requerimiento de la
editorial, adapté la novela para los jóvenes, recopilando los capítulos que
hacían referencia a la infancia, por lo que la madurez de César Frías queda
escuálida. Ahora, en esta segunda parte, estoy recuperando la madurez del
personaje para darle ese giro a su vida”, apuntaba casi a modo de confidencia Antonio
Murgui en la Casa de Cultura. “Los libros mojados acaba con un final abierto y
un gran interrogante, de hecho está pidiendo a gritos una segunda parte, que
transcurre en el presente, y en ello estamos”.
Y nosotros aquí,
esperando para conocer, por fin, por qué ese hotel de Niza llamado Negresco era
tan importante para su padre, que en el fondo era el protagonista de la versión
larga, el campesino emigrado en los sesenta, el españolito que nunca pudo poner
un pie dentro de aquel edificio símbolo del poder y de una Europa tan lejana en
los sesenta.
¿Quizá tan lejana como la
que nos toca vivir en estos tiempos de crisis y emigración?
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