Una de las 'paraetas' con auténticas joyas para el coleccionista. FOTO EPDA
Algunos vendedores llevan a sus niños. FOTO EPDA
Un vendedor con un carro con distintos objetos. FOTO EPDA
Objetos de lo más variopinto, como carros de bebé. FOTO EPDA
Numerosos agentes de la Policía Local vigilan que no haya altercados. FOTO EPDA
El recinto está totalmente vallado. FOTO EPDA
El rastro de Valencia. Basura y antigüedades a partes iguales. Centenares de personas acuden domingos y festivos a este mercadillo vigilado por la Policía Local de Valencia. Un lugar cercado que pone de manifiesto que nos encontramos en un espacio “peligroso”, en el que se bordea la ilegalidad en algunos de los objetos 'expuestos' ante miradas que en algunos casos resultan inquietantes.
El rastro, que desde hace años se monta en los aparcamientos del antiguo estadio del Mestalla, congrega a un público de lo más variado. Tanto vendedores como muchos de los compradores parecen sacados de una novela de Dickens; todos ellos ofrecen y compran basura, objetos desechados por otros y, también, muchas gangas y antigüedades del interés del más exigente coleccionista. Lo que es seguro, en definitiva, es que lo allí expuesto no se halla en ninguna otra tienda de Valencia.
Es extraña la sensación que provoca el trapicheo de objetos que, en muchos casos pueden ser robados, o que con toda seguridad han salido de un contenedor. Deja un sabor inquietante contemplar el bullicio con que se compra y se vende lo que otros tiraron junto a los desperdicios cotidianos.
Revista y cómics a 20 pesetas
Entre codazos podrán abrirse paso para acercarse a algunos de los puestos para descubrir un montón de revistas de hace décadas o montones de bolsas de basura de las que la gente destripa suéters de lana llenos de bolitas, camisas con el cuello desgastados por el uso o trajes de algún finado que ya no los necesita. A euro la pieza, oiga, que me la quitan de las manos.
A Encarna los vecinos le regalan cosas para que las venda. Dice que así completa su exigua pensión y puede ayudar a su hija, que “está parada y tiene depresión”, según sus palabras. En su puesto ofrece muñecas vestidas de fallera comidas por la mugre; una está tuerta, a otra le falta un brazo. Además, nos brinda la posibilidad de comprar ejemplares del 'Hola' de hace quince años, una vajilla desconchada por el uso y vinilos de cantantes que tuvieron mala suerte. Dice que no le ha ido mal la venta esta mañana.
En el puesto colindante un vendedor de los de toda la vida nos ofrece interesantes piezas de porcelana de mediados del siglo pasado y algunos portarretratos y bisutería de los ochenta.
Algunos puestos en cambio tienen piezas bastante interesantes a precios razonables. Por poco podremos adquirir interesantes muebles de época, cerámica, telas y libros que ya no se editan de vendedores que conocen el mundo de las antigüedades y que incluso restauran, antes de pones a la venta, los distintos enseres que ofertan de manera legal. Libros en español, en valenciano, y en otros idiomas; novelas en francés, inglés e italiano para estudiantes. O cómics a 15 pesetas, que traen a nuestra memoria la lejana infancia del postfranquismo.
La mayoría de los asistentes salen con algo entre las manos, sobre todos los niños que encuentran juguetes a precios simbólicos. Nos cruzamos con jubilados que vienen a por un transistor a buen precio y salen con brasero al que le falta el enchufe o una bolsa de agua caliente. Con emigrantes a los que la crisis no les permite encontrar sus enseres en otros mercados. Llama la atención, ademá,s el público más joven que, preso de la moda del vintage, busca y encuentra interesantes objetos y prendas que personalicen y den originalidad a su decoración.
Sin duda, dos son los mejores momentos del rastro para muchos de los clientes. El de la primera hora, al amanecer, cuando abundan móviles, cámaras de foto y demás objetos tecnológicos de dudosa procedencia. Y el de última hora, sobre las 13-14 horas, cuando algunos vendedores se marchan y dejan incluso la mercancía que no han vendido en el día. Es entonces cuando los viandantes se arremolinan sobre las sobras para rebuscar con el pie los últimos objetos que llevarse a casa de manera gratuita.
El rastro es un mercado para compradores y coleccionistas con buen ojo, que saben aprovechar la oportunidad. Allí podrán acudir aquellos dispuestos a dar una segunda oportunidad o un nuevo sentido a los restos del naufragio de otras vidas. Es un lugar incluso romántico, para pasear y comprar por poco lo que hace tiempo otros un hubiesen vendido ni por todo el oro del mundo.
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