Rafael Escrig.
Leyendo “Recuerdos
de infancia” de
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, más conocido por ser el autor de El
gatopardo, recupero
de mi mala memoria una imagen de hace sesenta años, prácticamente,
toda una vida. Es un recuerdo en forma de foto fija, como si fuera el
fotograma de una película: Yo estoy en el comedor de la casa de mis
padres; tengo unos ocho años; la puerta de madera de doble hoja que
da a la galería está entrecerrada; es verano y por la rendija que
queda entre las hojas de la puerta, entra un rayo de luz.
Yo miro absorto esa luz llena
de vida que penetra decidida hasta la mesa del comedor y me quedo
fascinado con los miles de partículas que flotan y se mueven dentro
de ella. Son como sus habitantes –pienso yo-. Alargo la mano
queriendo atraparlos y se escapan brincando, huyendo de mí. Soplo
sobre ellos y retozan más rápido, pero siguen allí, flotando,
jugueteando con la luz. Parecen su vestido de gala bordado de
lentejuelas de oro. Lampedusa lo dice de otra forma: “…
por las persianas cerradas se filtraba la sensación de la potencia
luminosa que había fuera, y otras veces, según la hora, penetraba
un solo rayo, recto y bien delineado, como los del Sinaí, poblado de
miríadas de partículas de polvo, penetraba e iba a exaltar el color
de las alfombras, que eran de un rojo rubí en todas las
habitaciones.”
Más tarde, estudiando el
bachiller, me dijeron que el aire estaba formado por oxígeno,
nitrógeno y partículas de polvo. En ese momento se desvaneció como
una nube mi fantasía respecto a los pequeños habitantes de la luz,
aquellos que yo miraba divertido como flotaban en los rayos de luz
que entraba por las mañanas por entre las rendijas de las persianas
de la sala, o por la puerta del comedor que daba a la galería, en
aquellas tardes de calor asfixiante del verano.
Ahora ya no he vuelto a ver ni
pequeños habitantes, ni lentejuelas de oro, ni partículas de polvo.
Ahora mi casa no es la misma de entonces. No tiene persianas de
madera ni una puerta que de a la galería, tampoco tengo aquellos
ocho años, pero quizá aún pueda encontrar un rayo de luz como esos
del Sinaí, que dice Lampedusa. Mañana lo buscaré por todas las
rendijas de la casa. Quiero volver a sentir la sensación infantil
que me causaba aquella luz pululante de extrañas criaturas, aunque
ya sé que no será lo mismo y me contentaré con su recuerdo.
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